VIOLENCIA
CONTRA LOS NIÑAS Y LA MUJER
LA
PROMISCUIDAD, LA POBREZA Y EL ABUSO SON MONEDA CORRIENTE
Producción
periodística de Haydeé Dessal especial para Latitud
Periódico
27
de abril del 2011
En
una villa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, una
pequeña niña es abusada por su padre, padrastro
o algún tío, ante la mirada indiferente de su
madre.
El producto de esa violación será un niño
no deseado… una realidad incontrastable que pintó
la Senadora por La Rioja, Teresita Quintela, en el Senado de
la Nación.
Palabras de Teresita Quintela, senadora de La Rioja, cuando
se trató el tema en el senado de Argentina:
"Tratemos
de analizar un ejemplo cercano, ya que, si bien he visto cosas
aberrantes en mi provincia, tal vez resulten un poco lejanas
como para entenderlas de un modo cabal.
Una
niña que vive en alguna villa de esta ciudad, en condiciones
de promiscuidad y pobreza, es abusada por su padre, su padrastro
o su tío, ante la mirada indiferente de su madre.
El
bebé no deseado producto de esa violación padecerá
hambre y violencia desde antes de nacer.
A
los pocos años, el niño saldrá a la calle,
apurado por satisfacer sus necesidades humanas básicas
de alimento, compañía de sus pares, zapatillas
o abrigo, y se encontrará cara a cara con las drogas,
la delincuencia, la prostitución, la trata de personas
y con diversas formas modernas de esclavitud.
Este
niño no concurrirá a la escuela, o desertará
de ella prontamente, porque la escuela argentina lo excluirá,
dado que no está preparada para contener afectivamente,
ni enseñar oficios, ni impartir contenidos funcionales
a la realidad de los niños en condición de riesgo
que habitan las ciudades de hoy.
La
que sí se encargará de él es la televisión,
omnipresente en cada villa, en cada asentamiento, por pobre
que sea.
Y
allí aprenderá que todo el rencor, la perversión,
el resentimiento, la crueldad, la estupidez y la banalidad que
podamos imaginar, son nada comparados con los modelos que ofrecen
esas oscuras usinas ideológicas que nos atontan con aberraciones
para que consumamos más y más publicidad.
Así
que nuestro niño no será un escolar.
Ya
no aprenderá la historia del renacimiento europeo, pero
sí a manejar armas, a robar, a consumir drogas, a venderse
por sexo o lo que sea.
Todo
eso se lo enseñarán adultos, en la calle o por
televisión, en las series o en los noticieros, que se
regodean en este tipo de enseñanza gratuita.
Tendrá
suerte si los adultos no lo usan de mula, y le llenan las entrañas
con cápsulas de drogas para atravesar alguna frontera.
Tendrá
suerte si los adultos no lo secuestran para quitarle sus órganos,
si no lo obligan a prostituirse.
Tendrá
suerte si la policía no lo mata en alguna circunstancia
confusa.
De
seguir con vida, queda el mayor peligro de todos, el paco. Si
el paco lo alcanza, este niño ya tiene fecha de vencimiento.
Padecerá
un deterioro cerebral que lo matará en medio año,
más o menos.
El
paco no es un duende malo que sale a la siesta.
Es
un producto de laboratorio que le vendemos a ese niño
los adultos.
A
los 14 años, nuestro niño ya sabe que matar o
robar son cosas penadas por la ley.
Lo
sabe muy bien porque no habla de otra cosa.
En
realidad, su vida se limita al trato con delincuentes, o policías,
porque tal vez ya está viviendo en la calle.
Su
madre ha tenido seis hijos más de diferentes padres y
aspira a llegar a siete, para cobrar alguna pensión miserable,
o ser beneficiaria de algún plan. Ya no hay lugar para
él.
Nuestro
niño duerme bajo un puente de la avenida Juan B. Justo,
con otros vagabundos precoces. Mendiga, o roba para comer, pero
quiere ir por más.
Ahora
conoce las comisarías, porque a veces lo detienen, y
ya entiende los códigos de la calle.
Un
día consigue una pistola 9 milímetros . Es bastante
improbable que la haya comprado él. Lo más posible
es que se la haya dado un adulto. ¿Se la dá porque
sí, por hacerle un favor?
El
día que el niño usa el arma y mata a un adulto
-sea porque lo mandaron a hacerlo, o porque está drogado,
hambriento o enloquecido- todos los adultos ponemos el grito
en el cielo, como si fuera una calamidad imprevista, como si
una fiera anduviera suelta en la ciudad y hubiera que cazarla
como sea.
Eso,
señores, se llama hipocresía.
Por
más cara de inocentes que podamos poner, sabemos perfectamente
que no hay arreglo posible para esta situación si no
se destinan fondos en la prevención de la delincuencia
precoz, lo que equivale a decir afecto, alimentos, abrigo y
educación para todos por igual.
Para
todos por igual.
Bueno,
los niños ricos siempre tendrán más de
todo eso, pero debe haber un promedio aceptable para todos los
demás.
Si
para conseguir que todos nuestros niños tengan acceso
a los bienes y servicios esenciales, tuviéramos que invertir
hasta el último peso, y poner a trabajar hasta el último
agente capacitado para monitorear la gigantesca operación
nacional que hace falta para ello: señores, hay que hacerlo.
Todo
lo demás son buenas intenciones.
El
infierno está empedrado con buenas intenciones.
Y
con un Estado ausente, abandónico, indiferente y en algunos
casos torturador, vamos rumbo a vivir en un infierno.
¿Es
este proyecto que hoy tratamos el primer paso en la dirección
correcta?
¿Cuándo
se juzgue a un niño en juicio oral y público se
hablará de todas estas cosas que hemos dicho recién?
Y
sobre todo: si el niño paga su delito como si fuera adulto,
¿los adultos le pagaremos la inmensa deuda social que
hemos contraído con él, y con miles de otros niños
como él, rehabilitándolo para una vida digna?
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