El día que el hombre se diese cuenta de sus profundas equivocaciones, habría terminado el progreso de la ciencia.

Marie Curie

 

La mejor vida no es la más larga, sino la más rica en buenas acciones.

Marie Curie

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MARIE SKLODWSKA CURIE
MUJER Y CIENTÍFICA
Parte II

La Sorbona, el radio y el Nóbel, su matrimonio, los hijos y el amor a la ciencia

Producción de Latitud Periódico

8 de noviembre del 2011

En junio de 1903, el Real Instituto de Inglaterra invitó oficialmente a Pierre a dar en Londres una serie de conferencias sobre el radio. A continuación recibieron un alud de invitaciones a comidas y banquetes, pues todo Londres quería conocer a los padres del nuevo elemento.

En noviembre de 1903, el Real Instituto de Inglaterra confirió a Pierre y a Marie una de sus más distinguidas condecoraciones: la Medalla de Davy.

El siguiente reconocimiento público a su labor vino de Suecia. El 10 de diciembre de 1903, la Academia de Ciencias de Estocolmo anunció que el Premio Nóbel de Física correspondiente a aquel año se dividiría entre Antoine Henri Becquerel y los esposos Curie, por sus descubrimientos relacionados con la radiactividad.

Este premio era una suma equivalente a 15,000 dólares, y su aceptación no era en modo alguno "contraria al espíritu científico". Pierre pudo dejar la pesada carga de sus muchas horas de clase y salvar así su salud. Cuando recibieron el dinero hubo regalos para el hermano de Pierre, para las hermanas de Marie, donaciones a varias sociedades científicas, a estudiantes polacos y a una amiga de la infancia de Marie.

Marie se dio también el gusto de instalar un baño moderno en su casa y de renovar el papel de una habitación; pero no se le ocurrió comprarse un sombrero nuevo, y continuó con sus clases, aunque insistió en que Pierre dejara su trabajo en la Escuela de Física.

Cuando la fama les abrió los brazos, los telegramas de felicitación se apilaban sobre su gran mesa de trabajo; los periódicos publicaban miles de artículos acerca de ellos, llegaban centenares de peticiones de autógrafos y fotografías, cartas de inventores e incluso poemas sobre el radio. Un norteamericano llegó hasta solicitar permiso para bautizar a una yegua de carreras con el nombre de Marie. Pero para los esposos Curie su misión no había terminado; su único deseo era continuar trabajando.

En la primavera de 1904, Marie escribió: "... ¡Siempre hay ruido a nuestro alrededor! La gente nos distrae de nuestro trabajo. He decidido no recibir más visitas; pero de todos modos se me importuna. Los honores y la fama han estropeado nuestra vida. La existencia pacífica y laboriosa que llevábamos ha sido completamente desorganizada."

Al final de su segundo embarazo, Marie estaba completamente agotada. El 6 de diciembre de 1904 nació otra hija, Ève, la autora de esta biografía.

Pronto volvió Marie a la rutina de la escuela y el laboratorio. El matrimonio no asistía jamás a fiestas sociales, pero no podía eludir los banquetes oficiales en honor de sabios extranjeros. Para tales ocasiones, Pierre vestía su frac brillante y Marie se ataviaba con su finito traje de noche.

El 3 de julio de 1905 ingresó Pierre Curie en la Academia de Ciencias. Mientras tanto, la Sorbona había creado para él una cátedra de Física (el puesto que tanto había deseado), pero todavía no disponía de un laboratorio adecuado.

Pasaron otros ocho años de paciente labor antes de que Marie lograra instalar la radiactividad en un hogar digno de tan importante descubrimiento, hogar que Pierre no habría de conocer.

Hacia las dos y media de la tarde del jueves 19 de abril de 1906, un día opaco y lluvioso, Pierre se despidió de los profesores de la Facultad de Ciencias, con quienes había almorzado, y salió bajo la lluvia. Al atravesar la calle Dauphine, pasó distraído detrás de un coche de caballos y se interpuso en el camino de un pesado carro que, tirado por un caballo, avanzaba con rapidez. Sorprendido, trató de asirse al arnés del bruto, que se encabritó; los pies del sabio resbalaron sobre el pavimento húmedo; en vano trató el conductor de detener el vehículo tirando fuertemente de las riendas: el enorme carro, con todo el peso de sus seis toneladas, siguió rodando varios metros más; la rueda izquierda trasera pasó por encima de Pierre. La policía recogió un cuerpo aún cálido del cual acababa de escaparse la vida.

A las seis de la tarde de aquel mismo día, Marie, alegre y llena de vida, estaba en el portal de su casa cuando empezaron a llegar visitantes, en los que vagamente percibió signos de compasión. Mientras los amigos le relataban lo que acababa de suceder, Marie permaneció como petrificada. Al fin de un largo y obstinado silencio movió los labios para inquirir:

-¿Ha muerto Pierre? ¿Muerto? ¿No hay ninguna esperanza de vida?

Desde aquel momento, cuando las tres terribles palabras "Pierre ha muerto" llegaban al fondo de su conciencia, Marie se convirtió en un ser incurablemente solo.

Después del funeral de Pierre Curie, el Gobierno francés propuso se concediera a la viuda y los hijos del ilustre físico una pensión nacional. Marie la rechazó:

-No quiero una pensión -dijo-. Soy joven todavía y capaz de ganar la vida para mi y para mis hijas.

El 13 de mayo de 1906 el Consejo de la Facultad de Ciencias, por decisión unánime, otorgó a la viuda Curie la cátedra que había desempeñado su esposo en la Sorbona. Era esta la primera vez que se concedía tan alta posición en la enseñanza universitaria de Francia a una mujer.

Llegó el día de la primera lección que había de dar en la Sorbona Marie Curie; el aula estaba completamente llena, así como también los pasillos y corredores de acceso a la clase. En todos los rostros se revelaba la curiosidad. ¿Cuáles serían las primeras palabras de la nueva profesora? ¿Empezarla expresando su agradecimiento al ministro y al Consejo Universitario? ¿Evocaría la memoria de su marido? No podía ser de otra manera. La costumbre exigía que todo nuevo profesor elogiara la tarea de su predecesor...

A la una y media de la tarde se abrió la puerta situada al fondo del aula para dar paso a Marie Curie. Marie se dirigió a ocupar su sillón en medio de una tempestad de aplausos, a los que correspondió con una ligera inclinación de cabeza a manera de saludo. En pie, esperó a que cesara la ovación. Cuando se hizo el silencio, Marie, mirando al frente, inició así su lección:

-Cuando consideramos los progresos logrados en los dominios de la Física durante los diez años últimos, nos sorprende el gran avance de nuestras ideas en lo concerniente a la electricidad y a la materia...

Madame Curie había reanudado el curso con la misma frase con que había terminado el suyo Pierre Curie.

Terminada la lección, la profesora, sin una vacilación, sin un titubeo, se retiró tan rápidamente como había entrado.

La fama de Marie Curie subió como un cohete y se extendió. Recibía diplomas y honores de distintas academias extranjeras. Aunque no fue admitida como miembro de la Academia Francesa de Ciencias -perdió la votación por un voto-, Suecia le concedió el Premio Nóbel de Química el año 1911. Durante más de cincuenta años no hubo nadie, hombre o mujer, que mereciera esta recompensa por segunda vez.

La Sorbona y el Instituto Pasteur fundaron conjuntamente el Instituto Curie de Radio, dividido en dos secciones: un laboratorio de radiactividad, dirigido por Madame Curie, y otro dedicado a las investigaciones biológicas y al estudio del tratamiento del cáncer, dirigido por un médico eminente. Contra el parecer de su familia, Marie regaló al Instituto un gramo de radio que ella y su marido habían aislado con sus propias manos, cuyo valor puede estimarse en un millón de francos oro. Hasta el final de su vida hizo de este laboratorio el centro de su existencia.

En 1921 las mujeres norteamericanas reunieron cien mil dólares, el valor de un gramo de radio, para donárselos, a Madame Curie; a cambio le pidieron que hiciera una visita a los Estados Unidos. Marie vaciló, pero impresionada por tanta generosidad, dominó sus temores y aceptó por primera vez en su vida, a la edad de cincuenta y cuatro años, las obligaciones de una importante visita oficial.

Todas las universidades norteamericanas invitaron a Madame Curie; en todas partes le otorgaron medallas, títulos y grados honoríficos.

Se sentía abrumada por el ruido y las aclamaciones; las miradas de las multitudes la intimidaban y sentía cierto temor de verse aplastada por una de aquellas oleadas humanas. Los continuos desplazamientos la debilitaron y por recomendación médica hubo de regresar a Francia.

Creo que el viaje a los Estados Unidos le mostró a mi madre lo contraproducente de su aislamiento voluntario. Si como investigadora podía alejarse del mundo y dedicarse por entero a su trabajo, lo cierto es que Madame Curie, a los cincuenta y cinco años de edad, era más que una simple investigadora científica. Era tanto su prestigio personal, que con su sola presencia podría asegurar el éxito de cualquier obra en que ella estuviera interesada.

A partir de entonces, sus viajes fueron muy similares. Congresos científicos, conferencias, ceremonias universitarias y visitas a laboratorios la llevaron a muchas capitales del globo, donde la festejaban y aclamaban por igual. Trató de ser útil en todo lo posible, luchando en muchas ocasiones contra el impedimento de su salud ya desfalleciente.

En Varsovia se construyó un instituto del radio al que se dio el nombre de Instituto Marie Sklodowska Curie, y las mujeres norteamericanas repitieron el milagro de reunir el dinero necesario para comprar un nuevo gramo de radio con que equiparlo. Era el segundo gramo del precioso elemento que regalaban a la descubridora.

Marie siempre había desdeñado las precauciones que ella misma imponía estrictamente a sus discípulos. Apenas se sometía a los exámenes de sangre que eran norma obligatoria en el Instituto del Radio.

Estos análisis mostraron que su fórmula sanguínea no era normal, pero eso no le preocupó gran cosa. Durante treinta y cinco años había estado manejando el radio y respirando el aire viciado de sus emanaciones, y durante los cuatro años de la guerra se había expuesto frecuentemente a las radiaciones, todavía más peligrosas, de los aparatos de rayos Roentgen. Un pequeño trastorno de la sangre, y algunas quemaduras dolorosas en las manos, no eran, al fin y al cabo, un castigo demasiado severo si se tenía en cuenta el número de riesgos que había corrido.

Marie no le dio importancia a una ligera fiebre que finalmente comenzó a molestarla; pero en mayo de 1934, víctima de un ataque de gripe, se vio obligada a guardar cama. Ya no volvió a levantarse. Cuando al fin falló su vigoroso corazón, la ciencia pronunció su fallo: los síntomas anormales, los extraños resultados de los análisis de sangre, que no tenían precedente, acusaban al verdadero asesino: el radio.

El viernes 6 de julio de 1934, a mediodía, sin discursos ni desfiles, sin que estuviera presente ni un político, ni un solo funcionario público, Madame Curie fue enterrada en el cementerio de Sceaux, en una tumba inmediata a la de Pierre Curie. Sólo los parientes, los amigos y los colaboradores de su obra científica, que le profesaban entrañable afecto, asistieron al sepelio.

FUENTES: páginas dedicadas a Marie Curie. Gran parte de la biografía fue escrita por Eve Curie, hija de Marie y Pierre Curie.

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