Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender.

Marie Curie

 

La vida no merece que uno se preocupe tanto.

Marie Curie

PERSONAJES INFORMES, INVESTIGACIONES

MAPA DEL SITIO

stylish fancy counters
CONTADOR LATITUD PERIODICO

contador

 

MARIE SKLODWSKA CURIE
MUJER Y CIENTÍFICA
Parte I

La Sorbona, el radio y el Nóbel, su matrimonio, los hijos y el amor a la ciencia

Producción de Latitud Periódico

7 de noviembre del 2011

En el otoño de 1891 se matriculó en el curso de ciencias de la Universidad parisiense de la Sorbona una joven polaca llamada Marie Sklodowska. Los estudiantes, al tropezarse con ella en los corredores de la Facultad, se preguntaban: ¿Quién es esa muchacha de aspecto tímido y expresión obstinada, que viste tan pobre y austeramente? Nadie lo sabía a ciencia cierta: "Es una extranjera de nombre impronunciable. Se sienta siempre en la primera fila en clase de física".
Las miradas de sus condiscípulos la seguían hasta que su grácil figura desaparecía por el extremo del corredor. "Bonito pelo." Su llamativa cabellera, de color rubio cenizo, fue durante mucho tiempo el único rasgo distintivo en la personalidad de aquella tímida extranjera para sus compañeros de la Sorbona.

Pero los jóvenes no ocupaban la atención de Marie Sklodowska; su pasión era el estudio de las ciencias. Consideraba perdido cualquier minuto que no dedicara a los libros.

Demasiado tímida para hacer amistades entre sus compañeros franceses, se refugió dentro del círculo de sus compatriotas, que formaban una especie de isla polaca en medio del Barrio Latino de París. Incluso allí, su vida se deslizaba con sencillez monástica, consagrada enteramente al estudio. Sus ingresos, algunos ahorros de su trabajo como institutriz en Polonia y cantidades pequeñas que le enviaba su padre, oscuro aunque competente profesor de matemáticas en su país natal, ascendían a cuarenta rublos al mes. Disponía, pues, al cambio, de tres francos diarios para pagar todos sus gastos, inclusive los de sus estudios universitarios.
Para ahorrar carbón no encendía el calentador, y pasaba horas y horas escribiendo números y ecuaciones sin apenas enterarse de que tenía los dedos entumecidos y de que sus hombros temblaban de frío.

Llegó a pasar semanas enteras sin tomar otro alimento que té con pan y mantequilla. Cuando quería festejar algo compraba un par de huevos, una tableta de chocolate o algo de fruta.

Este escaso régimen alimentario volvió anémica a la muchacha que unos meses antes había salido de Varsovia rebosante de salud. Frecuentemente, al incorporarse, sentía desvanecimientos y tenía que recostarse en la cama, donde a veces perdía el conocimiento. Al volver en si, pensaba que estaba enferma, pero procuraba olvidarse de ello, igual que hacia con todo lo que pudiera entorpecer su trabajo.

Jamás pensó que su única enfermedad era la inanición.

Ni el amor ni el matrimonio figuraban en los proyectos de Marie.

Dominada por la pasión científica, mantenía, a los veintiséis años de edad, una decidida independencia personal. Entonces conoció a Pierre Curie, científico francés. Pierre tenía treinta y cinco años, era soltero y, al igual que Marie, estaba dedicado en cuerpo y alma a la investigación científica. Era alto, tenía manos largas y sensitivas y una barba pobladísima; la expresión de su cara era tan inteligente como distinguida.

Desde su primer encuentro en un laboratorio, en el año 1894, ambos simpatizaron. Para Pierre Curie, la señorita Sklodowska era una personalidad desconcertante; le asombraba poder hablar con una joven tan encantadora en el lenguaje de la técnica y de las fórmulas más complicadas... ¡Era delicioso! Pierre Curie trató de hacer amistad con ella y le pidió permiso para visitarla. Con cordialidad no exenta de reserva, la joven lo recibió en la habitación modesta que le servía de alojamiento. En medio de aquel desván casi vacío, con su rostro de facciones firmes y decididas, y su pobre vestido, Marie nunca había estado tan hermosa. Lo que fascinaba a Pierre no era solo su devoción por el trabajo, sino su valor y nobleza de espíritu.

A los pocos meses, Pierre Curie le propuso matrimonio. Pero casarse con un francés, abandonar para siempre a su familia y su amada Polonia, parecía imposible para la señorita Sklodowska. Hubieron de pasar diez meses antes de que Marie aceptara la propuesta.

Pierre y Marie pasaron los primeros días de su vida de casados paseando por el campo en bicicletas compradas con dinero que habían recibido como regalo de bodas. Comían frugalmente y se contentaban con un régimen de pan, fruta y queso; paraban al acaso en posadas desconocidas, y por el reducido precio de varios millares de golpes de pedal y unos pocos francos para pagar el alojamiento en los pueblos, disfrutaron de una larga luna de miel.

La joven pareja estableció su hogar en un diminuto apartamento, situado en el número 24 de la calle de la Glacière. Estanterías de libros decoraban las desnudas paredes; en el centro de la habitación tenían dos sillas y una gran mesa blanca, de madera. Sobre la mesa, tratados de física, una lámpara de petróleo y un ramo de flores. Eso era todo.

Poco a poco Marie aprendió a llevar la casa. Inventaba platos que podía preparar en muy corto tiempo. Antes de salir dejaba la llama graduada con la precisión propia de un físico; echaba una última mirada al puchero puesto a la lumbre y salía corriendo para alcanzar en la escalera a su marido, en compañía del cual se dirigía al laboratorio. Un cuarto de hora después podía verla graduando la llama de un soplete con la misma precisión y cuidado que le eran característicos.

Durante el segundo año de su matrimonio nació la primera hija, Irene, que con el correr de los años ganaría el premio Nóbel. Jamás pensó Marie Curie que se vería en la necesidad de elegir entre el hogar y su carrera científica. Cuidaba de su casa, atendía a su hijita y preparaba la comida, sin descuidar por ello el trabajo en el laboratorio, trabajo que debía llevarla al descubrimiento más importante de la ciencia moderna.

Hacia finales de 1897 Marie había obtenido dos títulos universitarios y una beca, y había publicado una importante monografía acerca de la imantación del acero templado. Su próxima meta era el doctorado. Al buscar un proyecto de investigación que le sirviera de tema para la tesis, se interesó vivamente por una reciente publicación del sabio francés Antoine Henri Becquerel, quien había descubierto que las sales de uranio emitían espontáneamente, sin exposición a la luz, ciertos rayos de naturaleza desconocida. Un compuesto de uranio colocado sobre una placa fotográfica cubierta de papel negro, dejaba una impresión en la placa a través del papel. Era la primera observación del fenómeno al que Marie bautizó después con el nombre de radiactividad; pero la naturaleza de la radiación y su origen seguían siendo un misterio.

El descubrimiento de Becquerel fascinaba a los esposos Curie. Se preguntaban de dónde proviene la energía que los compuestos de uranio radian constantemente. Se enfrentaban con un absorbente tema de investigación, un salto al reino de lo desconocido.

Merced a la intervención del director de la Escuela de Física donde enseñaba Pierre, Marie logró permiso para utilizar un pequeño depósito que había en el sótano de la misma. La investigación científica en aquel cuartucho no era nada fácil, y el ambiente, fatal para los sensitivos instrumentos de precisión, no lo fue menos para la salud de la investigadora.

Mientras se hallaba enfrascada en el estudio de los rayos de uranio, Marie descubrió que los compuestos formados por otro elemento, el torio, también emitían espontáneamente rayos como los del uranio.

Por otra parte, en ambos casos la radiactividad era mucho más fuerte de lo que podía atribuirse lógicamente a la cantidad de uranio y torio contenido en los productos examinados.

¿De dónde provenía esta radiación anormal? Solo había una explicación posible: los minerales estudiados debían contener, aunque en pequeña cantidad, una sustancia radiactiva muchísimo más poderosa que el uranio y el torio. ¿Pero cuál era esa sustancia? En sus experimentos, Marie había examinado todos los elementos químicos conocidos. Por tanto, los minerales examinados debían contener una sustancia radiactiva que por fuerza tenía que ser un elemento químico hasta entonces desconocido.

Pierre Curie, que había seguido con apasionado interés el rápido progreso de los experimentos de' su esposa, resolvió abandonar sus propios trabajos para dedicarse a ayudarla. Ambos buscaron entonces en el diminuto y húmedo laboratorio el elemento desconocido.

Marie y Pierre comenzaron separando y midiendo pacientemente la radiactividad de todos los elementos que contiene la pecblenda (mineral de uranio), pero a medida que fueron limitando el campo de su investigación sus hallazgos indicaron la existencia de dos elementos nuevos en vez de uno. El mes de julio de 1898 los esposos Curie pudieron anunciar el descubrimiento de una de estas sustancias.

Marie le dio el nombre de polonio en recuerdo de su amada Polonia.

En diciembre del mismo año revelaron la existencia de un segundo elemento químico nuevo en la pecblenda, al que bautizaron con el nombre de radio, elemento de enorme radiactividad. Pero nadie había visto el radio; nadie podía decir cuál era su peso atómico. Tendrían que pasar cuatro años para que los esposos Curie pudieran probar la existencia del polonio y el radio, y aun cuando conocían bien el método que les permitiría aislar los dos elementos, les era preciso disponer de grandes cantidades de material en bruto de donde extraerlos.

De las minas de St. Joachimsthal, situadas en Bohemia, se extraía pecblenda, mineral de donde proceden ciertas sales de uranio empleadas en la fabricación de lentes. La pecblenda es un mineral costoso, pero, según los cálculos del matrimonio Curie, aun aislando el uranio, el polonio y el radio quedarían intactos. ¿Por qué, entonces, no tratar químicamente los residuos que tenían escaso valor comercial?

El Gobierno austriaco facilitó una tonelada de tales residuos, y con ellos empezaron a trabajar en una barraca abandonada, cercana al cuartucho en donde Marie había realizado sus primeros experimentos. La barraca no tenía suelo, unas desvencijadas mesas de cocina, un pizarrón y una cocinilla de hierro viejo constituían todo el mobiliario.

"A pesar de todo - escribiría Marie, tiempo después -, en aquella miserable barraca pasamos los mejores y más felices años de nuestra vida, consagrados al trabajo. A veces me pasaba todo el día batiendo una masa en ebullición con un agitador de hierro casi tan grande como yo misma. Al llegar la noche estaba rendida de fatiga."

En estas condiciones trabajó el matrimonio Curie desde 1898 a 1902. Vestida con su vieja bata, donde el polvo y las salpicaduras de los ácidos marcaban claras huellas, suelto al viento el cabello y en medio de vapores que le atormentaban por igual ojos y garganta, trabajaba Marie.

Finalmente, en 1902, a los cuarenta y cinco meses de haber anunciado los esposos Curie la probable existencia del radio, Marie obtuvo la victoria: había logrado, al fin, preparar un decigramo de radio puro, y había determinado el peso atómico del nuevo elemento. Los químicos tuvieron que rendirse ante la evidencia de los hechos. A partir de aquel momento el radio existía oficialmente.

Desgraciadamente, los esposos Curie tenían que luchar con otros problemas. El sueldo de Pierre en la Escuela de Física no era muy holgado, y con la llegada de Irene hubo de emplear una niñera, que aumentó considerablemente sus gastos. Había que buscar más recursos. En 1898 quedó libre en la Sorbona la cátedra de química, y Pierre decidió presentarse como candidato. Su candidatura fue, sin embargo, rechazada. Solo seis años después, en 1904, cuando ya el mundo entero proclamaba la fama del hombre de ciencia, logró Pierre Curie formar parte del claustro de profesores del renombrado centro. Marie logró obtener empleo como profesora de un colegio de señoritas cercano a Versalles.

Los esposos Curie continuaron su labor docente con buena voluntad y cariño, sin amargura. Apremiados por sus dos ocupaciones, la enseñanza y la investigación científica, a menudo se olvidaban de comer y aun de dormir. En varias ocasiones Pierre tuvo que guardar cama con fuertes dolores en las piernas. Los nervios sostenían a Marie en pie, pero sus amigos estaban seriamente alarmados por la palidez y delgadez de su rostro. Mientras la investigación de la radiactividad progresaba, la pareja de sabios que le había dado vida se iba agotando poco a poco.

Purificado en forma de cloruro, el radio aparecía como un polvo blanco similar a la sal de mesa; pero sus cualidades eran extraordinarias. La intensidad de sus radiaciones sobrepasaron todo lo esperado, pues era dos millones de veces mayor que la del uranio. Los rayos que despedía atravesaban las sustancias más duras y más opacas, y solo una gruesa plancha de plomo era capaz de resistir su penetración destructora.

El último y más maravilloso milagro era que el radio podía convertirse en un aliado del hombre en su lucha contra el cáncer. Tenía pues, una utilidad práctica, y su extracción había dejado de tener un simple interés experimental. Iba a nacer la industria del radio.

En varios países se habían hecho ya planes para la explotación de minerales radiactivos, principalmente en Bélgica y en los Estados Unidos. Sin embargo, los ingenieros sólo podrían producir el "fabuloso metal" si dominaban el secreto de las delicadas operaciones a que había de someterse la materia prima. Cierta mañana de domingo, Pierre explicó a su esposa lo que ocurría. Acababa de leer una carta que le habían dirigido en demanda de información varios ingenieros de los Estados Unidos, que querían utilizar el radio en Norteamérica.

-Tenemos dos caminos - le dijo Pierre -, o bien describir los resultados de nuestra investigación, sin reserva alguna, incluyendo el proceso de la purificación...

Marie hizo mecánicamente un gesto de aprobación y murmuró:

-Si, desde luego.

-O bien podríamos considerarnos propietarios e "inventores" del radio, patentar la técnica del tratamiento de la pecblenda y asegurar- nos los derechos de la fabricación del radio en todo el mundo.

Marie reflexionó unos segundos: -Es imposible- dijo luego -. Sería contrario al espíritu científico.

Pierre sonrió con satisfacción. Marie continuó: -Los físicos siempre publican el resultado completo de sus investigaciones. Si nuestro descubrimiento tiene posibilidades comerciales, será una circunstancia de la cual no debemos sacar partido. Además, el radio se va a emplear para combatir una enfermedad. Seda imposible aprovecharnos de eso...

-Esta misma noche escribiré a los ingenieros norteamericanos para darles toda la información que nos piden.

Un cuarto de hora después, Pierre y Marie rodaban sobre sus bicicletas hacia el bosque. Acababan de escoger para siempre entre la fortuna y la pobreza. Al caer la tarde regresaban exhaustos, con los brazos cargados de hojas y flores silvestres.

FUENTES: páginas dedicadas a Marie Curie. Gran parte de la biografía fue escrita por Eve Curie, hija de Marie y Pierre Curie.

Caracteres: 14.964