Miércoles 5 Octubre, 2016 16:20

 

El hombre es el más misterioso y el más desconcertante de los objetos descubiertos por la ciencia.

Ángel Ganivet

 

El hombre actual ha nacido o bien para vivir entre las convulsiones de la inquietud, o bien en el letargo del aburrimiento.

Voltaire

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JUAN FILLOY
UN ESCRITOR DE NUESTRO TIEMPO…

Producción de Latitud Periódico

4 de octubre del 2016

LOOR A LA PASIÓN DE LEER *


Para leer un libro o un texto cualquiera de occidente, la mirada sigue, de izquierda a derecha, la línea horizontal de los renglones. El impulso inicial destrógeno se mantiene invariable con la vista hasta llegar el punto final. De esto se deduce que, al concluir la lectura de una novela de 300 páginas con 40 líneas en cada una de ellas, el lector ha movido 12.000 veces levemente la cabeza. Es dable imaginarse entonces toda la movilidad que el mundo greco-latino y cristiano ha gastado para instruirse desde hace dos mil seiscientos años. Y por extensión, cuánta energía sutil ha acopiado el espíritu del hombre mediante ese movimiento pendular ya automatizado a través de los siglos.
Infortunadamente, esa mecánica visual que provoca la lectura está perdiendo unanimidad.
Desde hace unas pocas décadas, la televisión no sólo ha usurpado los coeficientes didácticos de la lectura sino también obligado al espectador a asumir una postura estática. En efecto, frente al receptor, el ser humano fija la cabeza y mira. Mira imperturbablemente y nada más, pues el aparato le da todo hecho y masticado. El individuo ya no es persona. Ya no coopera dialogando con el autor de un texto escrito, sino admitiendo lo que resuelve un tándem de equipos. Vale decir que el goce del relato o cuento que le ofrecen por ese medio ya no deleita, por ser puramente sensorial.

La mecánica de la lectura siempre tuvo trascendencia espiritual, porque insta a razonar e
imaginar. Difiere totalmente del confort y la plenitud de la TV. El lector que se concentra en el texto que lee, no pierde la ilación y complacencia que disfruta. En cambio, el telespectador que acepta pasivamente lo que le brinda la pantalla, se deja estar, se adecua al tedio que produce y, desplomada su personalidad, se hunde en la modorra. No se reputen baladíes estas premisas. La humanidad occidental ha consagrado milenariamente ese movimiento destrógeno de la lectura. Y merced a ello, nosotros hemos adquirido otras virtudes esenciales: saber dudar y decir no, pendulando la cabeza. Consta apodícticamente que toda repetición enseña y genera hábitos. Debido a ello, por ejemplo, la lectura entre los japoneses, al operarse de arriba para debajo de sus caracteres ideográficos, es lógico también que haya creado en su pueblo otra virtud esencial: su venerable devoción por la reverencia.

El libro en crisis

Es impactante y ubicuo el avance de la era electrógena. Su realidad nadie la discute ni a ella nada se opone. La galaxia Guttenberg palmariamente declina ante su fuerza innovadora. Chirrían las prensas que otrora lubrificaron el éxito de la imprenta. El publish or perish de antes es hoy necrología pura. Se publica cada vez menos y se propaga cada vez más. A la informática no le interesa el hombre sino la sociedad de consumo. La crisis del libro implica la crisis de la lectura. Las bibliotecas sucumben en el hastío de sus salas desiertas. El eclipse total del arte pictórico y la música melódica vaticinan la bancarrota de la filosofía. Se ha trastornado la razón y el equilibrio. Ya no hay humildad ni renunciamiento. Las hordas tecnológicas compiten sin esfuerzo y arrasan con gusto los bastiones religiosos y los últimos reductos laicos.
En la coyuntura que se vive, resulta penoso comprobar que en vez de mermar se acrecienta el desbarajuste actual. Queda ahí para constancia. Porque las discordias solamente se aplacan con fuego, y para que sea síndrome de la revolución que embaraza al siglo XXI. La gente del planeta ya no se perfecciona; sólo se capacita para lograr algo útil para su provecho. Ha renunciado a priori a toda solidaridad. ¡Caput el ensueño, la quimera y el ideal! Por eso, son resentidos o ilusos los que leyendo se comprimen cavilando el destino general de la especie. La lectura ha perdido su función clásica y pronto será un vicio secreto. Ya no es colirio para la soledad ni consuelo para retraídos. ¡Oh, la hojarasca de anuncios, avisos, reclamos, panfletos que enturbia el aire!

El alfabeto de la naturaleza

Cuando monto los anteojos sobre la nariz, ya no tomo como antes diarios y revistas para
cabalgar en la actualidad. No merece las angustias que irroga. Está cada vez más profusa y convulsa. Ya no tiene los escarceos amables de antaño. Es puro corcovo bellaco de gritos, protestas y cimbronazos sociales. Sí, todo parece la furiosa estampida de la realidad desbocada.
Pienso en el campo entonces: Porque la pampa es un libro abierto, yo, hombre terrígeno, he amado siempre sus páginas innumerables, feraces de sol, lujosas de estrellas. Y sus dilatadas lontananzas: ya verdes, como tapices de los sembradíos incipientes; ya doradas, como las que convierte el linar en lagos apacibles.
Porque siempre preferí la extensión plana a la anfractuosidad y el apeñuscamiento, he podido leer en el renglón de los surcos el único evangelio de amor que existe: el del trabajo. Por eso, con imponentes mayúsculas de álamo, cipreses y eucaliptos, sigo leyendo los códices que narran, no epopeyas de sangre, sino las aventuras copiosas de sudor del hombre. Porque me gusta tenderme en los vastos solárium que instala el girasol en la planicie, sé muy bien que cada planta es una letra en el alfabeto de la naturaleza y cada ración un poema de luz que nutre a la humanidad.
Y bien, desmontando los lentes de mi nariz, desmonto también de un alivio inefable. Vuelve el fragor. Se crispan las circunstancias y las contingencias. Y quedo perplejo. Le lectura ya está maldita. La muchedumbre la execra. Y líderes astutos, merced a las añagazas de la informática, están amasando una civilización progresivamente iletrada.

Progreso sin cultura

Desde el papiro al off set, resistiendo todavía, la letra impresa constituye uno de los pocos baluartes activos de la sociedad. Pero su dogma ya no es invulnerable. Se la acosa de todos lados. Existen elementos negativos que vedan nutrir la sabiduría y pulir la sensibilidad.
Prohíben pensar, renegando de la lectura como perdedero de tiempo y seminario de infamias.

Es gente sin fervor por la lectura, que odia hasta cuando el ciego lee con la yema de los dedos textos traducidos por el punzón de Braille.
Si existieran estadísticas prolijas de la vida intelectual de la Argentina, se podría establecer sin conjeturar que el setenta por ciento de sus habitantes no leen un libro por año. Son veintidós millones de personas que se atosigan de cualquier modo con videos y casetes, menos leyendo.
El vacío mental que ello implica es pavoroso. Tal vez alguien, leyendo estas evidencias
redarguya con las bullentes alharacas anuales de la Feria del Libro. No confundir happenings de editores bolsillos-llenos con el marasmo y la falta de apetencia de nuestro pueblo.
La decepción y el descreimiento están generalizando en todos los horizontes del planeta. El orden jurídico traquetea, se desvencija y desaparece en naciones viejas y nuevas. La igualdad es una piña y la justicia un escarnio. Violencia motu proprio para suplir a ésta y corrupción doquiera para polucionar el derecho, están tornando huraño el rostro de la humanidad.
Jánicamente, una mitad se inscribe en la esperanza del siglo próximo, mientras la otra postula el desafío. Lo cierto es que será un siglo revuelto y crápula. Un siglo-artimaña de progreso sin cultura que sistematizarán los que posean el poder.


• Publicado en sección Cultura, de La Voz del Interior el 21 de febrero de 1991.

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