EL
HOMBRE MEDIOCRE DE JOSÉ INGENIEROS
Producción
de Latitud Periódico
11
de agosto del 2016
El
HOMBRE MEDIOCRE es una de las grandes obras de la literatura
nacional, que ha trascendido…
En esta entrega muchas de sus sentencias, reflexiones y pensamientos.
Al que dice "Igualdad o muerte",
replica la naturaleza "la igualdad es la muerte".
Aquel dilema es absurdo. Si fuera posible una constante nivelación,
si hubieran sucumbido alguna vez todos los, individuos diferenciales,
los originales, la humanidad no existiría. No habría
podido existir como término culminante de la serie biológica.
(...) Igualar todos los hombres sería negar el progreso
de la especie humana. Negar la civilización misma.
“El que aspira a parecer renuncia a ser.
El que aspira a ser águila debe mirar lejos y volar alto;
el que resigna a arrastrarse como un gusano, renuncia al derecho
a protestar si lo aplastan…
El lacayo pide, el digno merece. Aquél solicita del favor
lo que éste espera del mérito. Ser digno significa
no pedir lo que no se merece, ni aceptar lo inmerecido”.
I.
EL HOMBRE RUTINARIO
La
Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a
la carcoma de los siglos. No es hija de la experiencia; es su
caricatura. La una es fecunda y engendra verdades; estéril
la otra y las mata.
En
su órbita giran los espíritus mediocres. Evitan
salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es preferible
lo malo conocido a lo bueno por conocer. Ocupados en disfrutar
lo existente, cobran horror a toda innovación que turbe
su tranquilidad y les procure desasosiegos.
(...)
Es
más contagiosa la mediocridad que el talento.
Los
rutinarios razonan con la lógica de los demás.
Disciplinados por el deseo ajeno, encalónanse en su casillero
social y se catalogan como reclutas en las filas de un regimiento.
Son dóciles a la presión del conjunto, maleables
bajo el peso de la opinión pública que los achata
como un inflexible laminador. Reducidos a vanas sombras, viven
del juicio ajeno; se ignoran a sí mismos, limitándose
a creerse como los creen los demás. Los hombres excelentes,
en cambio, desdeñan la opinión ajena en la justa
proporción en que respetan la propia, siempre más
severa, o la de sus iguales.
Solo
el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por
su arte o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo.
Las
fuerzas morales no son virtudes de catálogos, sino moralidad
viva.
Dichosos
los pueblos de la América Latina si los jóvenes
de la nueva generación descubren en si mismos las fuerzas
morales necesarias para la magna obra: desenvolver la justicia
social en la nacionalidad continental.
La
serena confianza en un ideal convierte su palabra en sentencia
y su deseo en imperio.
Sus
ojos pueden mirar hacia el amanecer, sin remordimiento.
Basta
una sola, pensadora y actuante, para dar a su pueblo personalidad
en el mundo.
Si
mira alto y lejos, es fuerza creadora, aunque no alcance a cosechar
los frutos de su siembra, tiene segura recompensa en la sanción
de la posteridad.
Los
hombres que no han tenido juventud piensan en el pasado y viven
en el presente, persiguiendo las satisfacciones inmediatas que
son el premio de la domesticidad.
Débiles
por pereza o miedosos por ignorancia, medran con paciencia pero
sin alegría.
De
seres sin ideales ninguna grandeza esperan los pueblos.
El
joven que piensa y trabaja es optimista; acera su corazón
a la vez que eleva su entendimiento.
Quien
pone bien la proa no necesita saber hasta donde va, sino hacia
donde.
Es
misión de la juventud tomar a los ciegos de la mano y
guiarlos hacia el porvenir.
Los
jóvenes pierden su tiempo cuando esperan impulso de los
viejos.
Sin
entusiasmo no se sirven hermosos ideales; sin osadía
no se acometen honrosas empresas.
Un
entusiasta, expuesto a equivocarse, es preferible a un indeciso
que no se equivoca nunca. El primero puede acertar; el segundo,
jamás.
El
entusiasmo es salud moral; embellece el cuerpo mas que todo
otro ejercicio; prepara una madurez optimista y feliz.
El
joven entusiasta olvida las tentaciones egoístas que
empiezan en la prudencia y acaban en la cobardía.
La
juventud termina cuando se apaga el entusiasmo es don de pocos
y parece milagro en quien lo atesora hasta la ancianidad.
El
hombre que se ha marchitado en una juventud apática llega
pronto a una vejez pesimista, por no haber vivido a tiempo.
La
belleza de vivir hay que descubrirla pronto, o no se descubre
nunca.
Solo
el que ha poblado de ideales su juventud y ha sabido servirlos
con fe puede esperar una madurez serena y sonriente, bondadosa
con los que no pueden, tolerante con los que no saben.
El
entusiasmo acompaña a las creencias optimistas; la superstición,
a las pesimistas.
Un
hombre incapaz de acción es una sombra que se escurre
en el anónimo de su pueblo.
No
basta en la vida pensar un ideal: hay que aplicar todo el esfuerzo
a su realización.
La
energía no es fuerza bruta; es pensamiento convertido
en fuerza inteligente.
Deben
ir juntos el pensamiento y la acción, como brújula
que guía y hélice que empuja, para ser eficaces.
La
acción carece de eficacia cuando escasea la energía.
Los
jóvenes deben ser actores en la escena del mundo, midiendo
sus fuerzas para realizar en acciones posibles y evitando la
perplejidad que nace de meditar sobre finalidades absurdas.
La
incapacidad de prever y de sonar obstruye la expansión
de la personalidad.
Los
jóvenes que no saben mirar hacia el porvenir y trabajar
para el, son miserables lacayos del pasado y viven asfixiándose
entre sus escombros.
Los
hombres sin voluntad se proponen a volar y acaban arrastrándose,
persiguen la excelencia y se enlodan en ciénagas.
Nunca
dicen hago, que es la formula del hombre sano; prefieren decir
haré, que es el lema de la voluntad enferma.
Los
holgazanes no emprenden nada y pretenden justificarse desacreditando
las empresas ajenas; si algo comienzan, obligados por las circunstancias,
nunca llegan al termino de su obra. Vacilan y dudan, tropiezan
y caen.
La
pereza y la inacción son los gérmenes de la miseria
moral.
La
inercia apoca la vida de los holgazanes, tornándolos
incapaces de hacer cosa alguna para si mismos y para los demás.
Toda
creación es fruto de la libre iniciativa y llega a su
término sostenida por el sentimiento de independencia.
La
juventud se mide por el inquieto afán de renovarse, por
el deseo de emprender obras dignas, por la incesante floración
de ensueños capaces de embellecer la vida.
Joven
es quien siente dentro de si la fuerza de su propio destino.
El
que no osa leer un nuevo libro, encenderse por un nuevo anhelo,
acometer una nueva empresa, ha renunciado a vivir.
Digamos
al joven: haz lo que quieras, para enseñarle a responsabilizarse
de sus actos.
Un
joven libre puede convertirse en una fuerza viva, emprender
cosas grandes o pequeñas, pero suyas.
El
derecho a la vida esta condicionado por el deber del trabajo.
Todo lo que es orgullo de la humanidad es fruto del trabajo.
La
más justa formula de la moral social ordena imperativamente:
el que no trabaja no come. Quien nada aporta a la colmena no
tiene derecho de probar la miel.
El
tiempo no nos espera, y ya es hora de vivir los mínimos
instantes de alegría en los que habita la gran felicidad
que buscamos.
“El Hombre Mediocre” de José
Ingenieros
La primera edición fue en 1913 en Madrid,
España
FUENTES: varias y propias.
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