DOCENTES
ARGENTINOS
ARGIRÓPOLIS: LA
IMAGINACIÓN DE
DOMINGO
FAUSTINO SARMIENTO
Producción
periodística de Latitud Periódico
21 de septiembre
del 2016 *
ARGIRÓPOLIS
proviene del griego y significa: "ciudad de la Plata".
Es la ciudad imaginaria concebida por el educador, escritor
y presidente Sarmiento, durante el siglo XIX.
La propuesta de Sarmiento es la Isla Martín García,
en su confluencia de los ríos Paraná y el río
Uruguay como emplazamiento de Argirópolis, que por su
situación constituiría un punto de unidad entre
las provincias interiores de Argentina, ya colonizadas ampliamente.
De esta forma se aseguraría el progreso y la pacificación
de esta región del país, asolada por los enfrentamientos
entre unitarios y federales.
El objetivo de Sarmiento fue la construcción de los Estados
Unidos del Río de la Plata, uniendo la Confederación
Argentina, el Estado Oriental del Uruguay y el Paraguay en un
solo estado que incluiría aquellos territorios más
fáciles de relacionar con las principales redes comerciales.
Lo que quedaría excluido serían: la Provincia
de Buenos Aires y la Patagonia más sencillamente colonizables
por parte de la inmigración europea, de modo que la confederación
evitaría el contacto directo con los indígenas.
Lo
que entregamos es el Capítulo V de dicho trabajo.
CAPITULO
V DE ARGIRÓPOLIS
Creemos
haber llegado a establecer sólidamente la conveniencia,
la necesidad y la justicia de crear una capital en el punto
céntrico del Río de la Plata, que poniendo por
su posición geográfica en armonía todos
los intereses que se chocan sin provecho después de tan
largos años, termine a satisfacción de todos los
partidos, de todos los Estados del Plata la guerra que los desoía,
para cuya solución han sido impotentes las armas de la
Confederación Argentina y la diplomacia europea. Efectivamente,
la creación de una capital en Martín García,
para conciliar los intereses y la libertad de los Estados confederados,
tiene en su apoyo:
1° El
ejemplo de los Estados Unidos de Norte América, que adoptaron
en igual caso el mismo temperamento para constituir la Federación.
Washington fue creada para servir de capital de la Unión
Americana y su distrito entregado al congreso.
2° Que
por su forma insular Martín García se desliga
naturalmente de toda influencia de cada una de las provincias
que forman la Unión.
3° Que
cerrando la entrada al Paraná y al Uruguay, las provincias
ribereñas de Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos
y sus limítrofes, como asimismo el Paraguay y la República
del Uruguay, unidas en un interés común, están
interesados en la independencia de dicha isla de toda otra provincia
que pueda, ahora o en lo sucesivo, someter la navegación
interior de los ríos a las regulaciones que su interés
particular le aconseje imponer.
4° Que
si han de hacerse estipulaciones entre el Paraguay y el Uruguay
con la Confederación actual para garantirse recíprocamente
la navegación de sus ríos, estas estipulaciones
no pueden ser duraderas y firmes mientras los tres Estados no
tengan igualdad de dominio sobre la isla fuerte que cierra el
tránsito, y esta igualdad supone la asociación
y federación de los tres Estados en un cuerpo unido por
un interés y un centro común.
5° Que
la situación extranjera de Martín García
la hace un baluarte de defensa para los Estados y, por tanto,
está llamada a ser el centro de la Unión.
6° Que
la situación geográfica de las provincias de la
Confederación Argentina hace de esta isla, no sólo
el centro administrativo y comercial, sino la aduana general
para la percepción de los derechos de exportación
e importación.
7° Que
deja a Buenos Aires y Montevideo en pleno goce de las ventajas
comerciales que les asegura su situación a ambos lados
de la embocadura del río, sometidas a una legislación
común que estorbe en adelante la competencia y rivalidad
comercial que las ha arrastrado a pretender destruirse mutuamente
en las guerras, intervenciones y luchas de partido que ambas
han fomentado durante los quince años precedentes.
8° Que
la población de la isla creará en pocos años
un nuevo centro comercial común a las dos ciudades, y
por tanto un nuevo elemento de prosperidad para ellas, aumentando
el número de ciudades comerciantes y ricas del río
de la Plata.
9° Que
no estando en poder de ninguno de los Estados la isla, y siendo
la posesión actual que de ella tiene la Francia por vía
de rehenes, la Francia se prestaría a devolverla a un
congreso reunido en ella para terminar la guerra, y el congreso
tendría interés de entrar en su inmediata posesión,
en nombre de todos los Estados interesados.
10°
Que convocado el congreso, el encargo de las relaciones exteriores
hecho provisoriamente al gobierno de una de las provincias deja
de ser una amenaza constante de usurpación del poder
nacional, efectuada por la duración y la irresponsabilidad
del encargado, y las concesiones que solicita diariamente de
los poderdantes, para extender su autoridad a punto de someterlos
a ellos mismos a su dominio.
Militan
en favor de la fusión de los tres Estados del Plata en
un solo cuerpo, el espíritu de la época y las
necesidades de las naciones modernas. La especie humana marcha
a reunirse en grandes grupos, por razas, por lenguas, por civilizaciones
idénticas y análogas. La India desde principios
de este siglo trabaja por reunirse en una sola nación,
y las últimas revueltas de la Lombardía y Venecia
han tenido por instigador el espíritu italiano.
La Alemania
por la Asamblea de Francfort o la política de Prusia
o del Austria, aspira al mismo fin. Los Estados Unidos del Norte
se agrandan por la creación de nuevos Estados y la anexión
de los vecinos. Tejas, el Nuevo Méjico y California han
cedido ya a esta atracción, y el alto y bajo Canadá
continúan cada vez más atormentados por el deseo
de adherirse a un gran centro de Unión. Esta propensión
a aglomerarse las poblaciones se explica fácilmente por
las necesidades de la época. La ciencia económica
muestra desde el mecanismo de las fábricas hasta la administración
de los Estados, que grandes masas de capitales y brazos soportan
con menos gasto el personal que reclaman. Cuando por otra parte
brillan en la tierra cuatro o cinco grandes naciones, los hechos
y los hombres de las pequeñas pasan inapercibidos, valiendo
más ser diputado de la cámara baja en Inglaterra
que presidente en una república oscura.
Las repúblicas
sudamericanas han pasado todas más o menos por la propensión
a descomponerse en pequeñas fracciones, solicitadas por
una anárquica e irreflexiva aspiración a una independencia
ruinosa, obscura, sin representación en la escala de
las naciones. Centro América ha hecho un estado soberano
de cada aldea: la antigua Colombia diósela para tres
repúblicas; las Provincias Unidas del Río de la
Plata se descompusieron en Bolivia, Paraguay, Uruguay y Confederación
Argentina, y aun esta última llevó el afán
de descomposición hasta constituirse en un caos sin constitución
y sin regla conocida, de donde ha salido la actual Confederación,
encabezada en el exterior por un encargado provisorio de las
relaciones exteriores.
Los Estados
del Plata están llamados, por los vínculos con
que la naturaleza los ha estrechado entre sí, a formar
una sola nación. Su vecindad al Brasil, fuerte de cuatro
millones de habitantes, los ponen en una inferioridad de fuerzas
que sólo el valor y los grandes sacrificios pueden suplir.
La dignidad
y posición futura de la raza española en el Atlántico
exige que se presente ante las naciones en un cuerpo de nación
que un día rivalice en poder y en progreso con la raza
sajona del Norte, ya que el espacio del país que ocupa
en el estuario del Plata es tan extenso, rico y favorecido como
el que ocupan los Estados Unidos del Norte. El mundo está
cansado de oír hablar de estas reyertas americanas entre
ciudades que apenas son algo más que aldeas, entre naciones
que no cuentan más poblaciones que un departamento o
un condado.
Pero para
que la Confederación Argentina pretendiese hacerse el
centro, solicitando esta concentración de los Estados
que se han desprendido de ella, era necesario que se mostrase
digna de tan honrosas simpatías, que en lugar de llevar
la guerra y la desolación a sus vecinos, los eclipsase
por el brillo de sus instituciones, por el desarrollo de su
riqueza. ¿Quién querrá adherirse a un Estado
regido por la violencia y el arbitrio irresponsable de un mandatario
que no tiene aún un título permanente para ejercer
la autoridad suprema?
¿A
la sombra de qué Constitución sancionada por los
pueblos vendrían a reposarse el Paraguay envilecido y
anulado por el doctor Francia, el Uruguay dilapidado por Rivera
o amenazado por Oribe de gobernarlo por derecho de conquista?
Buscarían en esta asociación, anónima,
acéfala y sostenida sólo por la violencia, respeto
por las opiniones, libertad para el pensamiento, igualdad para
los Estados confederados en la distribución de las ventajas
de la asociación? Sólo la convocación inmediata
del Congreso y la promulgación de una Constitución
que regle las relaciones de Estado a Estado y garantice los
derechos y la libertad de los ciudadanos puede servir de base
a la inevitable reunión de los Estados del Plata y con
ella a la cesación de las luchas, odios y rivalidades
que los afligen, para dejar que el porvenir inmenso a que están
llamadas aquellas comarcas alcancen a las generaciones actuales
con algunas de sus bendiciones.
Si todas
estas ventajas y resultados obtenidos sin efusión de
sangre, sin trastornos ni cambios peligrosos, no pudieran obtenerse
de una vez, bastaría que una sola de ellas fuese inmediata
y efectiva para hacer apetecible por lo menos la invención
de la capital de los Estados del Plata. Nosotros no pedimos
más a los hombres desapasionados y a quienes no extravían
pasiones culpables, que mediten sobre estos puntos y habitúen
su espíritu a creer posible lo que es verosímil,
a desear que sea un hecho lo que en teoría presenta tan
bellas formas.
¿Qué
obstáculos impedirían que la idea se convirtiese
en hecho práctico, que el deseo se tornase en realidad?
¿No se presta la superficie de Martín García
a contener una ciudad? ¡Cómo! ¿Génova,
la ciudad de los palacios, no pudo llegar a ser ella sola una
de las más poderosas repúblicas de Italia? ¿No
están sus templos y edificios derramados sobre el declive
rápido de una montaña, no habiendo en toda la
ciudad sino dos calles, a lo largo de la angosta franja, de
tierra que a fuerza de arte han arrebatado a las olas del mar?
¿La célebre Venecia, fundada sobre estacas en
el seno de las lagunas, no fue apellidada la reina del Adriático
y sus habitantes no tuvieron por largos siglos el destino del
mundo en sus manos? Y sin buscar ejemplos tan lejos, ¿han
impedido las montañas y el mar que Valparaíso,
que sólo contenía una calle hace veinte años,
contenga hoy cincuenta mil habitantes y sea el centro del comercio
del Pacífico?
La América
española se distingue por la superficie desmesurada que
ocupan sus ciudades apenas pobladas; y el hábito de ver
diseminarse los edificios de un solo piso en las llanuras nos
predispone a hallar estrecho el espacio en que en Europa están
reunidos doscientos mil habitantes. De este despilfarro de terreno
viene que ninguna ciudad española en América pueda
ser iluminada por el gas ni servida de agua, porque el costo
excesivo de los caños que deben distribuir una u otra
no encuentran cincuenta habitantes en una cuadra. Por otra parte,
es un hecho conquistado que la grandeza de los pueblos ha estado
siempre en proporción de las dificultades que han tenido
que vencer. Los climas fríos engendran hombres industriosos,
las costas tempestuosas crean marinos osados. Venecia fue libre
y grande por sus lagunas, como Nápoles fue siempre presa
de los conquistadores por sus llanuras risueñas. Nuestra
pampa nos hace indolentes, el alimento fácil del pastoreo
nos retiene en la nulidad.
Pero Martín
García no está en las condiciones de aquellas
ciudades que la industria humana ha hecho surgir en despecho
de la naturaleza, dondequiera que un poderoso interés
aglomeraba hombres y edificios. Su extensión se presta
a todas las aplicaciones apetecibles. El general Lavalle hizo
durante su mansión en aquella isla desmontar una porción
de terreno y cultivar en él cereales.
Nuestro
juicio no está habituado a la repentina aparición
de ciudades populosas. Estamos habituados a verlas morir más
bien de inanición.
¡San
Luis, Santa Fe, La Rioja, que la tierra que ha recibido en su
seno los escombros de vuestros templos de barro os sea propicia!
Preséntasenos a la imaginación invenciblemente
chozas de paja, calles informes, aldeanos medio desnudos por
moradores. Sólo el espíritu de los norteamericanos
no se sorprende de encontrar una ciudad populosa iluminada por
el gas, donde dos años antes crecían encinas y
robles. El mapa de los Estados Unidos envejece en cinco años;
en cada nueva sesión del congreso los diputados tienen
que hacer lugar al representante de un nuevo Estado que pide
asiento en el Capitolio, y las ciudades nacen de piedra y calicanto,
se endurecen al sol de un año y ven aumentar sus habitantes
por millares cada semana. Hay quienes trafican en la crianza
e invención de ciudades, y tal especulador que compró
a un dólar el acre de tierras baldías las menudea
un año después a una guinea la yarda.
Que Argirópolis
sea, y tales son las ventajas de su posición que la virilidad
completa será contemporánea de su infancia. La
aduana de los estupendos ríos que recorriendo medio mundo
vienen a reunirse en sus puertos atraerá allí
cien casas de comercio.
El congreso,
el presidente de la Unión, el tribunal supremo de justicia,
una sede arzobispal, el Departamento Topográfico, la
administración de los vapores, la escuela náutica,
la universidad, una escuela politécnica, otra de artes
y oficios, y otra normal para maestros de escuela, el arsenal
de marina, los astilleros, y otros mil establecimientos administrativos
y preparativos que supone la capital de un Estado civilizado
servirán de núcleos de población suficiente
para formar una ciudad. ¡A cuántas aplicaciones
públicas se ofrece el laberinto de canales e islas que
forman el delta del Paraná! ¿Por qué no
hemos de abandonarnos a la perspectiva de ver los mismos efectos,
cuando las causas son más poderosas? ¿Queréis
puertos espaciosos, seguros, cómodos? Cread docks como
los de Londres en el Támesis, como los de Liverpool en
Mirvay, que guardan las naves debajo de llave y las cargan con
carretas atracadas a su bordo. ¿Queréis fortificaciones
inexpugnables? Estableced sobre las aguas del río, sostenidas
por anclas, baterías flotantes con cañones a la
Paixhans. Esta es la última palabra de la fortificación
marítima, los navíos de tres puentes no osan acercárseles.
La calidad
montañosa del terreno hace de esta circunstancia una
ventaja. Los accidentes del terreno rompen la monotonía
del paisaje; los puntos elevados prestan su apoyo a las fortificaciones.
Una plataforma culminante servirá de base al capitolio
argentino, donde habrá de reunirse el congreso de la
Unión. La piedra de las excavaciones de Martín
García sirve de pavimento a las calles de Buenos Aires,
y no hay gloria sin granito que la perpetúe. Argirópolis
(la ciudad del Plata) nacería rica de elementos de construcción
duradera; los ríos, sus tributarios, le atraerán
a sus puertos las maderas de toda la América Central.
Si queréis saber lo que la industria europea puede hacer
en su obsequio, no hay más que ver que a dos mil leguas
más lejos lleva el interés del comercio. Los diarios
publican recientemente las siguientes noticias de California:
"Por
ejemplo, el año pasado fueron remitidos seis hoteles,
diez almacenes completos, nueve juegos de bolos, 372 casas de
madera, 59 de hierro, 7 ídem portátiles, 29 casas
de hierro galvanizado, un gran almacén de hierro galvanizado
y un gran número increíble de departamentos de
casa, tanto de madera como de hierro. Este artículo está
calculado en millares. Es extraordinaria la cantidad remitida
de materiales de construcción: pasan de cuatro millones
los pies de madera, y más de un millón las ripias
y ladrillos."
¿Dirásenos
que todos estos son sueños? ¡Ah! Sueños,
en efecto; pero sueños que ennoblecen al hombre, y que
para los pueblos basta que los tengan y hagan de su realización
el objeto de sus aspiraciones, para verlos realizados. Sueño,
empero, que han realizado todos los pueblos civilizados, que
se repite por horas en los Estados Unidos, y que California
ha hecho vulgar en un año, sin gobierno, sin otro auxilio
que la voluntad individual contra la naturaleza en despecho
de las distancias.
La civilización,
armada hoy de los instrumentos de poder que ha puesto en sus
manos la ciencia, los lleva consigo dondequiera que penetra.
Dése hipotéticamente una ciudad como Venus, saliendo
de entre la espuma de las aguas de un conjunto de ríos
y el comercio pondrá de su cuenta en un año todos
los accesorios y vehículos que aceleren el movimiento.
Los vapores de remolque saldrán como en la boca del Mississippi
al amanecer a caza de naves retardadas por los contrarios vientos.
Los mil
canales en que el Paraná se deshilacha al hacerse Río
de la Plata serán frecuentados por millares de botes,
falúas y lanchas que se agitan incesantemente en las
marinas adyacentes a los puertos. Cuanto punto abordable presentan
las costas del Uruguay, el Paraná y ambas márgenes
del Plata serán otros tantos mercados de provisiones,
contándose por minutos las distancias que el vapor mide
desde la isla a Buenos Aires, cuyas torres se divisan: doce
años han bastado para producir en California estos asombrosos
resultados:
"Entre
San Francisco y Panamá se emplean como paquetes regulares
los siguientes vapores: Oregon, Panamá, California, Unicorn,
Fenerre, Carolina, Isthmus, Columbus, Sarah Sands, New Orleans.
Estos diez vapores, de las mayores dimensiones conocidas, están
en contacto con los siguientes en el Atlántico: Crescent
City, Empire City, Falcon, Ohio Georgia, Cherokee, Philadelphia.
Al movimiento activo de la población que imprimen la
actividad incesante de estos diez y siete vapores se agrega
la de catorce vapores más, que en los ríos de
California y en las aguas del Pacífico se emplean inmediatamente,
y son: Senator, Hatford, Spitfire, West Point, Eudora, Sea Gull,
Taboga, W. J. Pause, Chesapeake, Gold Hunter, New-World, Wilson,
G. Hunt, Confidence, Goliath."
Dos años
ha que el teatro de tanta actividad era un yermo, interrumpido
de tarde en tarde por pobres y atrasadas poblaciones mejicanas,
sin industria y durmiendo dos siglos hacía sobre montones
de oro. Nunca hemos podido echar una mirada distraída
sobre la carta del Río de la Plata, sin que los ojos
se sientan atraídos irresistiblemente por la sorprendente
disposición de Entre Ríos para convertirse en
el país más rico del universo. No tenemos embarazo
de decirlo; la naturaleza no ha creado pedazo de tierra más
privilegiado. El Egipto es estrecho, la Holanda cenagosa, la
Francia misma mal regada. Todo el país cruzado a lo larga
por cuchillas montuosas que accidentan blandamente el paisaje,
y fijando las nubes alimentan las lluvias. En el centro, entre
dos de estas eminencias, corre el Gualeguay, formado por cuarenta
y ocho arroyos, que a derecha y a izquierda subdividen el valle
o basin, con una red de canales de irrigación. Paralela
al Paraguay corre otra cuchilla, de donde se desprenden casi
en línea recta más de ochenta corrientes de agua,
que corresponden a una por legua. Otro tanto sucede en el lado
opuesto, hacia el Paraná, y todo este estupendo país,
abrazado, envuelto en toda su extensión por el Paraná
y el Uruguay que lo circundan.
Entre Ríos,
el día que haya leyes inteligentes de navegación,
será el paraíso terrenal, el centro del poder
y de la riqueza, el conjunto más compacto de ciudades
florecientes. Situada en la embocadura de dos ríos que
vienen de las zonas tórridas, bajo el clima templado
que media entre 34° y 30° de latitud, regado a palmos,
a dos más de Europa, ¿por qué no es hoy
una nación, en lugar de una provincia pobre y despoblada?
Desde luego, la falta de leyes de navegación; pero principalmente
una mala aplicación de territorio privilegiado.
El Entre
Ríos es un pedazo de tierra regado por la naturaleza
con el esmero de un jardín; ¡pero en este jardín
pacen hoy rebaños de vacas! La legua cuadrada de terrenos,
con bosques y arroyos en el estado de naturaleza, no puede consagrarse
al pastoreo sino de un cierto número de animales. Como
estos animales dan al año un producto fijo, el monto
del valor de este producto anual es como el interés de
un capital que representa el valor del espacio de tierra que
el ganado ocupa, y el del ganado mismo; de donde resulta que
la tierra no puede tener, en razón de sus productos,
sino un valor insignificante.
Cambiemos
la aplicación dada a la tierra; pongamos en lugar del
ganado hombres cultivándola, y hagamos el mismo cómputo.
La cuadra de terreno regada por los centenares de arroyos da
una cantidad de productos cuyo valor aumenta indefinidamente
en proporción del trabajo y en razón de las facilidades
de exportación; de donde resulta que la tierra puede
tener un valor ilimitado en razón de sus productos.
El propietario
de una legua de terreno de pastoreo puede, pues, aplicándolo
o abandonándolo a la agricultura, obtener los resultados
que en Montevideo se obtuvieron aplicando a ciudad el espacio
de tierra que yacía inculta fuera de la muralla; y lo
que hoy vale cientos de pesos valdrá en pocos años
cientos de millones, con sólo desmenuzar en pequeños
lotes la propiedad territorial y venderla a colonizadores alemanes,
como los que han poblado en estos diez años últimos
las márgenes del Ohio en los Estados Unidos. Ahora el
Entre Ríos está rodeado de países que no
producen cereales. Se haría el granero de los pueblos,
desde el Paraguay hasta Martín García, el del
Brasil y el de la Inglaterra, a donde se exportan de Chile con
ventaja los trigos. En Entre Ríos debiera prohibirse
la cría de ganado, para entregarse sin estorbo a la cría
de ciudades, al aumento de la población y al cultivo
esmerado de pedazo de tierra tan lujosamente dotado.
La proximidad
de un gran centro de comercio, como el que ha de formarse en
la capital de los Estados del Plata; la reunión de un
Congreso que regle y fomente la navegación de los ríos;
una Constitución que distribuya equitativamente las ventajas
comerciales; en fin, la provisión de un gran movimiento
de buques y de hombres, darían en poquísimos años
al Entre Ríos la alta posición que a sus habitantes
depara la Providencia. Martín García sería
el granero del Entre Ríos, para satisfacer desde allí
la demanda de productos agrícolas hecha por el comercio
marítimo para la exportación y por el consumo
de las ciudades circunvecinas.
Volviendo
a las ventajas que aseguraría a los Estados del Plata
la creación en aquella isla de una ciudad capital, apuntaremos
una que para nosotros al menos es de una trascendencia incalculable.
Tal es la influencia que ejercería sobre los hábitos
nacionales esta sociedad echada en el agua, si es posible decirlo,
y rodeada necesariamente de todos los medios de poder que da
la civilización. A nadie se ocultan los defectos que
nos ha inoculado el género de vida llevado en el continente,
el rancho, el caballo, el ganado, la falta de utensilios, como
la facilidad de suplirlos por medios atrasados. ¡Qué
cambio en las ideas y en las costumbres! ¡Si en lugar
de caballos fuesen necesarios botes para pasearse los jóvenes;
si en vez de domar potros el pueblo tuviese allí que
someter con el remo olas alborotadas; si en lugar de paja y
tierra para improvisarse una cabaña se viese obligado
a cortar a escuadra el granito! El pueblo educado en esta escuela
sería una pepinera de navegantes intrépidos, de
industriales laboriosos, de hombres desenvueltos y familiarizados
con todos los usos y medios de acción que hacen a los
norteamericanos tan superiores a los pueblos de la América
del Sur.
La otra
consecuencia sería aun más inmediata, y no tenemos
embarazo de indicarla, y es que proporcionaría ocasión
de obrar un cambio completo en la política actual de
los gobiernos de la Confederación. La necesidad de triunfar
de las resistencias, el deseo de dominar las dificultades que
se han opuesto hasta aquí a la organización de
la república, ha hecho que los gobiernos se hayan armado
de poderes terribles que hacen ilusoria toda libertad. Pasado,
empero, el peligro que autorizó esta acrecentación
de poder, es casi imposible desmontar aquellas máquinas.
El gobernante se ha acostumbrado en diez años de práctica
al uso del poder absoluto; el pueblo a temblar y temer; y la
legislatura provincial que autorizó al ejecutivo ha venido
a quedar tan subyugada e intimidada por su misma criatura, que
tiembla sólo de pensar que en sus manos estaría
el hacer cesar las facultades que concedió.
Los hombres
que están a la cabeza de los pueblos, y cuya voluntad
representan o dominan, tienen un gran cargo que pesa sobre ellos.
El partido unitario, cuales quiera que sus desaciertos fueren,
reunió un Congreso y dio una Constitución a los
pueblos. Los federales no creyeron consultados en ella los intereses
de las provincias, y el coronel Dorrego, según la declaración
oficial de su agente cerca de las provincias de Cuyo, "puesto
a la cabeza de la oposición derrocó (con esfuerzo
y refuerzo de las provincias) aquellas autoridades que abusaron
de la confianza y sinceridad de los pueblos". Derrocadas
las autoridades nacionales "y para no continuar en la acefalía
en que nos observamos", añadía el mismo enviado
solicitando el provisorio encargo de las relaciones exteriores,
"debemos no perder un momento en concurrir a la formación
de un cuerpo deliberante, sea congreso o convención preliminar
a él"18. El gobierno federal de San Juan, al otorgar
el encargo solicitado, declaró por una ley de legislatura,
"que no era la voluntad de la provincia el que la nación
subsistiese inconstituida"19. Todos los pueblos hicieron
iguales declaraciones. ¿Han cumplido los gobiernos federales
tan solemnes promesas en 23 años transcurridos? ¿De
quiénes dirá la historia imparcial que abusaron
de la confianza y sinceridad de los pueblos?
Por otra
parte, esos unitarios, proscritos, perseguidos a muerte, condenados
al exterminio por las leyes de sangre y de odio, ¿tenían
o no derecho de desconocer un sistema provisorio que había
mentido a sus promesas, que no era expresión de la nación,
legítimamente manifestada en un congreso prometido? La
constitución unitaria fue echada por tierra; ¿pusisteis
en su lugar la Constitución federal ara que los unitarios
reconociesen la ley a que estaban obligaos a someterse? La reunión
del congreso, pues, que así lo habíais prometido,
y la creación de una capital independiente de toda influencia
local, daría por resultado, a más de dejar satisfecho
el voto de la mayoría federal, quitar a los unitarios
todo pretexto para desconocer el orden existente, pues que sería
la ley común y definitiva de los pueblos.
Los unitarios
son un mito, un espantajo, de cuya sombra aprovechan aspiraciones
torcidas. ¡Dejemos en paz sus cenizas! Los unitarios ejercieron
el poder en 1824, y suponiendo que la generalidad de sus miembros
tuvieron entonces la edad madura que corresponde a hombres públicos,
hoy, después de veintiséis años transcurridos,
los que sobreviven al exterminio que ha pesado sobre ellos,
han encanecido, y cargados de años, debilitados por los
sufrimientos de una vida azarosa, sólo piden que se les
deje descender en paz a la tumba que los aguarda.
* Argirópolis
fue publicada por primera vez en 1860, en Santiago de Chile.
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