DOCENTES
ARGENTINOS
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
RECUERDOS
DE PROVINCIA
Es
éste un cuento que, con aspavientos y gritos, refiere
un loco, y que no significa nada. SHAKESPEARE,
Hamlet
Decir de sí menos de lo que hay, es necedad y no modestia;
tenerse en menos de lo que uno vale, es cobardía y pusilanimidad,
según Aristóteles. MONTAIGNE,
Essais.
Producción
periodística de Latitud Periódico
21
de septiembre del 2016
En
Recuerdos de provincia, Sarmiento realiza una descripción
de su infancia y sus esfuerzos por convertirse en alguien reconocido
y respetado sin tener las facilidades que podrían haberle
otorgado la riqueza, una reputación familiar o una buena
educación. Fue publicado en 1850 en Santiago de Chile.
Entregamos la primera parte del libro, de más de 140
páginas, que recorre: Los Huarpes, Los albarracines,
Fray Justo Santa María de Oro, Los Hijos, Eugenio Mallea,
Domingo de Oro, El historiador Funes, Obispo de Cuyo, mi Madre,
mi Educación, el Hogar paterno, Chile y la vida pública,
periódicos y folletos, biografías, libros y casas
de educación.
RECUERDOS
DE PROVINCIA
A
mis compatriotas solamente
La
palabra impresa tiene sus límites de publicidad como
la palabra de viva voz. Las páginas que siguen son puramente
confidenciales, dirigidas a un centenar de personas, y dictadas
por motivos que me son propios. En una carta escrita a un amigo
de infancia en 1832, tuve la indiscreción de llamar bandido
a Facundo Quiroga. Hoy están todos los argentinos, la
América y la Europa, de acuerdo conmigo sobre este punto.
Entonces mi carta fue entregada a un mal sacerdote, que era
presidente de una sala de Representantes. Mi carta fue leída
en plena sesión, pidióse un ejemplar castigo contra
mí, y tuvieron la villanía de ponerla en manos
del ofendido, quien, más villano todavía que sus
aduladores, insultó a mi madre, llamóla con torpes
apodos, y le prometió matarme dondequiera y en cualquier
tiempo que me encontrase.
Este suceso, que me ponía en la imposibilidad de volver
a mi patria, por siempre , si Dios no dispusiese las cosas humanas
de otro modo que lo que los hombres lo desean, este suceso,
decía, vuelve a reproducirse dieciséis años
más tarde con consecuencias al parecer más alarmantes.
En mayo de 1848 escribí también una carta a un
antiguo bienhechor, en la cual también tuve la indiscreción,
de que me honro, de haber caracterizado y juzgado el gobierno
de Rosas según los dictados de mi conciencia; y esta
carta, como la de 1832, fue entregada al hombre mismo sobre
quien recaía este juicio.
Lo
que se ha seguido a aquel paso, sábenlo hoy todos los
argentinos. El gobernador de Buenos Aires publicó aquella
carta, entabló un reclamo contra mí cerca del
gobierno de Chile, acompañó la nota diplomática
y la carta con una circular a los gobernadores confederados;
"el gobierno de Chile respondió a la solicitud,
replicó Rosas, se repitieron las circulares, vinieron
las contestaciones de los gobernadores del interior, continuó
el sistema de dar publicidad a todas aquellas miserias que deshonran,
más que a un gobierno, a la especie humana"; y parece
que continuará la farsa, sin que a nadie le sea posible
prever el desenlace. La prensa de todos los países vecinos
ha reproducido las publicaciones del gobierno de Buenos Aires,
y en aquellas treinta y más notas oficiales que se han
cruzado, el nombre de D. F. Sarmiento ha ido acompañado
siempre de los epítetos de infame , inmundo , vil , salvaje
, con variantes a este caudal de ultrajes que parecen el fondo
nacional, de otros que la sagacidad de los gobernadores de provincia
ha sabido encontrar, tales como: traidor , loco , envilecido
, protervo, empecinado , y otros más.
Caracterízanme
así hombres que no me conocen, ante pueblos que oyen
mi nombre por la primera vez. Desciende el vilipendio de lo
alto del poder público, reprodúcenlo los diarios
argentinos, lo apoyan, lo ennegrecen, y sábese que en
aquel país la prensa no tiene sino un mango, que es el
que tiene asido el gobierno; los que quisieran servirse de ella
como medio de defensa, no encuentran sino espinas agudas, el
epíteto de salvaje , y los castigos discrecionales.
Y,
sin embargo, mi nombre anda envilecido en boca de mis compatriotas;
así lo encuentran escrito siempre, así se estampa
por los ojos en la mente; y si alguien quisiera dudar de la
oportunidad de aquellos epítetos denigrantes, no sabe
qué alegarse a sí mismo en mi excusa, pues no
me conoce, ni tiene antecedente alguno que me favorezca.
El deseo de todo hombre de bien de no ser desestimado, el anhelo
de un patriota de conservar la estimación de sus conciudadanos,
ha motivado la publicación de este opúsculo que
abandono a la suerte, sin otra atenuación que lo disculpable
del intento. Ardua tarea es sin duda, hablar de sí mismo
y hacer valer sus buenos lados, sin suscitar sentimientos de
desdén, sin atraerse sobre sí la crítica,
y a veces con harto fundamento; pero es más duro aún
consentir la deshonra, tragarse injurias, y dejar que la modestia
misma conspire en nuestro daño; y yo no he trepidado
un momento en escoger entre tan opuestos extremos.
Mi
defensa es parte integrante del voluminoso protocolo de notas
de los gobiernos argentinos en que mi nombre es el objeto y
el fondo envilecido. Mi contestación que se registra
en el número 19 de la Crónica; mi protesta, en
el número 58, y este opúsculo deberán,
pues, ser leídos por los que no quieran juzgarme sin
oírme, que eso no es práctica de hombres cultos.
Mis Recuerdos de Provincia son nada más que lo que su
título indica. He evocado mis reminiscencias, he resucitado,
por decirlo así, la memoria de mis deudos que merecieron
bien de la patria, subieron alto en la jerarquía de la
Iglesia; y honraron con sus trabajos las letras americanas;
he querido apegarme a mi provincia, al humilde hogar en que
he nacido; débiles tablas, sin duda, como aquellas flotantes
a que en su desamparo se asen los náufragos, pero que
me dejan advertir a mí mismo que los sentimientos morales,
nobles y delicados, existen en mí por lo que gozo en
encontrarlos en torno mío, en los que me precedieron,
en mi madre, en mis maestros y en mis amigos. Hay una nobleza
democrática que a nadie puede hacer sombra, imperecedera:
la del patriotismo y el talento. Huélgame de contar en
mi familia dos historiadores, cuatro diputados a los congresos
de la República Argentina, y tres altos dignatarios de
la Iglesia, como otros tantos servidores de la patria que me
muestran el noble camino que ellos siguieron. Gusto, a más
de esto, de la biografía. Es la tela más adecuada
para estampar las buenas ideas; ejerce el que la escribe una
especie de judicatura, castigando el vicio triunfante, alentando
la virtud obscurecida. Hay en ella algo de las bellas artes
que de un trozo de mármol bruto puede legar a la posteridad
una estatua. La historia no marcharía sin tomar de ella
sus personajes, y la nuestra hubiera de ser riquísima
en caracteres, si los que pueden, recogieran con tiempo las
noticias que la tradición conserva de los contemporáneos.
El aspecto del suelo me ha mostrado a veces la fisonomía
de los hombres, y éstos indican casi siempre el camino
que han debido llevar los acontecimientos.
El
cuadro genealógico que sigue es el índice del
libro. A los nombres que en él se registran, lígase
el mío por los vínculos de la sangre, la educación
y el ejemplo seguido. Las pequeñeces de mi vida se esconden
en la sombra de aquellos nombres, con algunos de ellos se mezclan,
y la obscuridad honrada del mío puede alumbrarse a la
luz de aquellas antorchas sin miedo de que revelen manchas que
debieran permanecer ocultas.
Sin placer, como sin zozobra, ofrezco a mis compatriotas estas
páginas que ha dictado la verdad, y que la necesidad
justifica. Después de leídas pueden aniquilarlas,
pues pertenecen al número de las publicaciones que deben
su existencia a circunstancias del momento, pasadas las cuales
nadie las comprendería. ¿Merecen la crítica
desapasionada? ¡Qué he de hacer! Esta era una consecuencia
inevitable de los epítetos de infame, protervo, malvado,
que me prodiga el gobierno de Buenos Aires. ¡Contra la
difamación, hasta el conato de defenderse es mancha!
Caracteres:
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