DÁMASO
LATASA
Trabajador del riel y gloria del balompié de los años
veinte
Por
Hugo Mengascini especial para Latitud Periódico MONAREFA
9
de marzo del 2013
Hijo
de inmigrantes vascos, Dámaso Latasa nacía el
12 diciembre de 1905 cuando Tandil dejaba de ser pueblo. Con
el correr del tiempo, su padre, tras varios años de esfuerzo
y dedicación en la zona rural de De La Canal (partido
de Tandil), lograba adquirir un lote ubicado en el barrio de
la Estación, donde levantaría la casa con la intención
de radicarse definitivamente con su familia y acompañar
la escolaridad de sus hijos.
La
vinculación de Dámaso con la pelota se inició
muy temprano: “empecé a ‘patear’ la
redonda desde que comencé a caminar, entonces eran las
piedras y cuanto pedazo de ladrillo encontraba por la calle,
con gran disgusto de mi familia que veía así aumentado
el presupuesto considerablemente”, manifestaba en una
entrevista durante los años treinta. Luego, en el colegio
San José, fue en los teams que formaban los alumnos de
un grado para enfrentarse a los de otro, para más tarde
disputar encuentros entre los estudiantes de una y otra escuela.
Pero
fue en un potrero ubicado en la esquina de la avenida Colón
y la calle Garibaldi donde sus condiciones se dieron a conocer.
Precisamente fue allí, en 1922, donde un dirigente del
Club Ferro Carril Sud atraído por sus gambetas le propuso
ingresar en la segunda división del equipo de fútbol,
“...cosa que acepté -manifestaría más
tarde-, pues siendo un tanto hincha del club, no podía
negarme a semejante invitación.” Al año
siguiente, le otorgaron el puesto en la primera división,
y fue entonces cuando su zurda se convirtió en un arma
temible para guardametas y en artífice de malabarismos
que hipnotizó los ojos de los pibes. En la primera división
participaría hasta 1939 jugando en todos los puestos.
“Primero
ocupé el puesto de wing izquierdo, después de
insider y cuando el cansancio o el aburrimiento por jugar siempre
en el mismo puesto hicieron que perdiera alguna eficacia en
la delantera, me probaron de halt. La novedad del puesto me
entusiasmó y conformé a los directivos del club,
quedando efectivo en la defensa pero no en el puesto. Un día
faltó un back y actué en su reemplazo; después
en ese puesto seguí actuando...”, expresaba Dámaso,
admirado y conocido en el barrio como “el vasco”
Latasa.
Ferro
Carril Sud fue el equipo de toda su vida. Muchacho flaco, alto
y modesto, conceptuado como uno de los mejores elementos que
actuaban en el deporte local, siempre vistió la camiseta
“tricolor” y la del seleccionado de Tandil. “Me
agrada el foot-ball por sobre todas las cosas, y tengo tanto
amor por mi club, que por ahora no me permite tener más
amores”, respondía a las insinuaciones de otras
entidades.
Simultáneamente,
el club de los ferroviarios alcanzaba una sólida posición.
Ya no era el reducido número de los 30 jóvenes
empleados del ferrocarril de aquel 6 de junio de 1919, socios
fundadores y entusiastas cultores del fútbol que se habían
reunido con el propósito de difundir la práctica
del deporte entre la enorme masa de trabajadores del riel. En
1931, el Club Ferro Carril Sud sumaba 350 socios, y a través
del empeño de sus dirigentes por el mejoramiento de la
biblioteca anexa a la institución, se convertía
en una de las más meritorias entidades deportivas de
la ciudad ocupando, además, uno de los primeros puestos
como agrupación cultural.
Por
ese entonces, el equipo del barrio de la Estación, con
el juego prodigioso de Latasa, junto a Emilio Larsen y Oscar
Roca cosechaba los campeonatos de primera división de
las temporadas de 1922, 1923, 1927 y 1934; y los campeonatos
de honor de los años 1923, 1924 y 1926. En tanto que
el club recolectaba como trofeos 41 copas, 6 medallas, un tintero
artístico, un botiquín, dos estatuas, un pergamino,
una medalla de oro y dos diplomas de honor.
Eran épocas distintas y de rivalidades. Los partidos
con Ramón Santamarina en la cancha de las Ferias Francas
(ubicada en la manzana de las calles 4 de abril, Mitre y las
avenidas Marconi y Santamarina). Todo un barrio versus el centro,
el equipo de los trabajadores frente a la entidad aurinegra
que, vinculada a los sectores conservadores, había abandonado
el barrio en tanto trasladaba su sede de la avenida Colón
al 1100 hacia el centro de la ciudad.
Esos
eran “¡Tiempos lindos! -decía Latasa-. Aquello
era ir a la cancha con ganas de triunfar. Las victorias y las
derrotas más honrosas las hemos tenido con los aurinegros.
Si nosotros ganábamos, ¡otra que las despedidas
de soltera! Fiestas y más fiestas...Ese día era
de gala para el barrio. También, sí perdíamos,
la fiesta era en el centro y la procesión en nuestros
pagos”.
Según
los cronistas de la época, la caballerosidad no estuvo
ajena a sus condiciones y “era capaz de errar adrede un
penal cuando era consciente de que había sido mal cobrado.”
Fue el eje y el sostén del equipo en los momentos difíciles,
el hombre de confianza, el incansable ordenador del juego. El
hombre que “con su pierna escribió varias páginas
destacadas del fútbol de antaño, aquel que no
percibía un centavo, el que había que ganarse
la plaza porque todos los días aparecía un nuevo
valor que hacía tambalear la estabilidad del más
pintado.” Para muchos, símbolo de un “fútbol
viejo y mejor”.
Practicó
el fútbol “hasta que tuvo fuerzas para hacerlo.”
Después, se hizo frecuente verlo en las canchas detrás
del alambre o recorriendo -en su bicicleta- los potreros barriales,
abocado a la tarea de observar y descubrir, con ojo de lince,
a los pibes que serían los futuros grandes jugadores
del club.
Excelente
ajustador y mecánico de locomotoras a vapor, fue quien
cobijó en su casa de la calle Paz al 1100 a sus compañeros
de trabajo del Galpón de Máquinas que padecían,
por razones políticas e ideológicas, la tenaz
persecución en tiempos de la dictadura del general Onganía.
Fueron
ellos, los obreros ferroviarios, quienes luego de la jornada
laboral juntamente con socios del club y otros vecinos del barrio
de la Estación, trabajaron con empeño y apasionamiento
para transformar la vieja cancha de Ferro Carril Sud en un moderno
y amplio estadio, que -para todas las épocas- llevará
su nombre: el estadio Dámaso Latasa.
Tras una larga enfermedad falleció el 15 de diciembre
de 1973 en el policlínico ferroviario de Tandil. Tenía
68 años. Por esos días su viejo amigo y dirigente
del club Ferro Carril Sud, Juan Antonio Salceda escribía:
“El domingo cuando depositamos el cajón en el cementerio
tuve la impresión que con el vasco Latasa, moría
el viejo fútbol, practicado con amor y desinterés...Era
bueno, sencillo, enemigo de ceremonias y aparatosidades. Si
debía asistir a una fiesta cuando era capitán
de los equipos procuraba disimularse, pasar desapercibido...Su
autoridad surgía de su dedicación, de su honradez,
de su responsabilidad. El vasco Latasa personificaba las virtudes
del verdadero deportista...Siempre estaba rodeado de pibes,
que le seguían a los vestuarios llevándole los
botines y le acompañaban cuando terminaba el partido”.
“...Nunca
tenía incidentes. No tenía enemigos. Se daba al
fútbol sin cálculos personales. Era un deportista
‘amateur’, un deportista cabal. Ayer cuando se fue
para siempre, casi desapercibido, como él quería,
yo pensaba que la grandeza de las instituciones se basa en los
deportistas como el vasco Latasa”.
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