STALINGRADO:
ELLOS SE HAN BUSCADO, LOS FRITZES 2 DE FEBRERO DE 1943
Producción
de Latitud Periódico / el trabajo es de Vasili Grossman,
Demyan Badny *
9
de marzo del 2013
El pasado 2 de febrero se cumplió el 70° aniversario
del fin la Batalla de Stalingrado –la mayor de toda la
historia de la Humanidad, de la que se llegó a estimar
que, en su punto álgido, cada 7 segundos moría
un soldado alemán de media–, cuyo desenlace, con
la victoria del Ejército Rojo contra las tropas alemanas,
decidió el resultado de la Segunda Guerra Mundial. «La
voluntad de Hitler [de mantener al VI Ejército en Stalingrado],
expresión del funesto destino del Tercer Reich, se convirtió
en el destino del ejército de Paulus», escribió
Vasili Grossman en Vida y destino (1959), del que reproducimos
un pequeño fragmento, asi como el poema de Demyan Bedny
La transformación de los Fritzes.
En la nieve, en el campo, a lo largo de las carreteras había
varios tanques inmovilizados; los cuerpos de los alemanes y
de los rumanos yacían inertes.
La muerte y el frío habían conservado, para la
posterior contemplación del cuadro, la derrota de las
tropas enemigas. Caos, confusión, sufrimiento: todo había
dejado su impronta, se había congelado en la nieve que
preservaba, en una inmovilidad helada, la desesperación
última, las convulsiones de las máquinas y los
hombres que vagaban por las carreteras.
Incluso el fuego y el humo de los obuses, la llama negra de
las hogueras imprimía en la nieve manchas rojizas oscuras,
capas de hielo de un marrón amarillento.
Las tropas soviéticas marchaban hacia el oeste y columnas
de prisioneros se dirigían hacia el este.
Los rumanos llevaban capotes verdes y gorros altos de piel de
cordero. Parecía que sufrieran menos que los alemanes
a causa del frío. Mirándoles, Darenski no tenía
la impresión de que fueran los soldados de un ejército
vencido: veía ante él a miles y miles de campesinos
hambrientos y cansados, tocados con gorros teatrales. Se burlaban
de los rumanos, pero no les miraban con odio, sino con un desprecio
compasivo. Después Darenski notó que miraban con
menos malicia todavía a los italianos.
Otro sentimiento les suscitaban los húngaros, los finlandeses
y, en especial, los alemanes.
Era horrible ver pasar a los prisioneros alemanes.
Marchaban con la cabeza y las espaldas envueltas en trozos de
mantas. En los pies llevaban pedazos de tela de saco y trapos
atados por debajo de las botas con alambres y cuerdas.
Muchos tenían las orejas, la nariz, las mejillas cubiertas
de manchas negras de gangrena helada. El tintineo de las escudillas
atadas a sus cinturones recordaba las cadenas de los presos.
Darenski contemplaba los cadáveres que exhibían
con una falta de pudor involuntaria sus vientres hundidos y
sus órganos sexuales, miraba las caras de los escoltas,
enrojecidas por el viento gélido de la estepa.
Mientras observaba los tanques y los camiones alemanes retorcidos
en medio de la estepa cubierta de nieve, los cadáveres
congelados, los prisioneros que se arrastraban, bajo escolta,
hacia el este, Darenski experimentó una extraña
amalgama de sentimientos.
Era la represalia.
Recordó los relatos acerca de los alemanes que se burlaban
de la miseria de las isbas rusas, que miraban con un asombro
lleno de repugnancia las rudimentarias cunas de los niños,
las estufas, las ollas, las imágenes en las paredes,
las tinas, los gallos de barro pintado: el mundo querido y maravilloso
donde había nacido y crecido los niños que huían
de los tanques alemanes.
El conductor del coche dijo con curiosidad:
-
¡Mire, camarada coronel!
Cuatro alemanes llevaban a un compañero en un capote.
Por sus caras y sus cuellos tensos era evidente que iban a desplomarse
de un momento a otro. Se balanceaban de lado a lado. Los trapos
con los que se habían envuelto se les embrollaban en
los pies, la nieve seca azotaba sus ojos dementes, los dedos
helados se aferraban a los extremos del capote.
-
Ellos se lo han buscado, los fritzes – dijo el conductor.
-
No fuimos nosotros quienes los llamamos – respondió
con aire sombrío Darenski.
Luego, de improviso, le invadió una sensación
de felicidad; en la neblina nevosa, sobre la tierra virgen de
la estepa, se dirigían hacia el oeste los tanques soviéticos:
los T-34, terribles, veloces, musculosos...
Asomados por las escotillas hasta la altura del pecho, se veía
a los tanquistas con cascos y pellizas negros. Se desplazaban
por el gran océano de la estepa, por la niebla de la
nieve, dejando atrás una opaca espuma de nieve, y un
sentimiento de orgullo y de felicidad les cortaba la respiración.
Vasili
Grossman, corresponsal de guerra, periódista y novelista
soviético, autor de la trilogía Por una Causa
Justa, Vida y Destino y Todo Fluye (Ed. Galaxia Gutenberg) que
es probablemente la mejor descripción literaria del stalinismo.
La
transformación de los ‘fritzes’
Demyan
Bedny
Animales
que aúllan salvajes no son
que bajo tormenta avancen en torrente,
¡Son
los ejércitos de Hitler, que en formación
llevan a los 'fritzes' al Este!
Aquí, donde cada ventana aspillera es
Aquí, donde la muerte tras cada arbusto amaga
Aquí, donde engullen otro pedazo de tierra
¡la
tierra engulle a los 'fritzes'
y los convierte en cruces!
No por magia ni cualquiera
la muerte llega a la alemana escoria
¡La
trae el ejército soviético
en su marcha a la victoria!
Demyan
Badny (Damian el Pobre) es el pseudónimo del popular
escritor, poéta y satírico soviético Yefim
Alekseevich Pridvorov (1883-1945).
FUENTE:
www.sinpermiso.info 03/02/13 /Traducción del trabajo:
Marta Rebón, Traducción y adaptación del
poema: Àngel Ferrero