DISCURSO
de ERNESTO CHE GUEVARA
En
el Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática.
24
de febrero de 1965
Producción
de Latitud Periódico
7
de enero del 2013
Queridos
hermanos:
Cuba
llega a esta Conferencia a elevar por sí sola la voz
de los pueblos de América y, como en otras oportunidades
lo recalcáramos, también lo hace en su condición
de país subdesarrollado que, al mismo tiempo, construye
el socialismo. No es por casualidad que a nuestra representación
se le permite emitir su opinión en el círculo
de los pueblos de Asia y de África. Una aspiración
común, la derrota del imperialismo, nos une en nuestra
marcha hacia el futuro; un pasado común de lucha contra
el mismo enemigo nos ha unido a lo largo del camino.
Esta
es una asamblea de los pueblos en lucha; ella se desarrolla
en dos frentes de igual importancia y exige el total de nuestros
esfuerzos. La lucha contra el imperialismo por librarse de las
trabas coloniales o neocoloniales, que se lleva a efecto por
medio de las armas políticas, de las armas de fuego o
por combinaciones de ambas, no está desligada de la lucha
contra el atraso y la pobreza; ambas son etapas de un mismo
camino que conduce a la creación de una sociedad nueva,
rica y justa a la vez. Es imperioso obtener el poder político
y liquidar a las clases opresoras, pero, después hay
que afrontar la segunda etapa de la lucha que adquiere características,
si cabe, más difíciles que la anterior.
Desde
que los capitales monopolistas se apoderaron del mundo, han
mantenido en la pobreza a la mayoría de la humanidad
repartiéndose las ganancias entre el grupo de los países
más fuertes. El nivel de vida de esos países está
basado en la miseria de los nuestros; para elevar el nivel de
vida de los pueblos subdesarrollados, hay que luchar pues contra
el imperialismo. Y cada vez que un país se desgaja del
árbol imperialista, se está ganando no solamente
una batalla parcial contra el enemigo fundamental, sino también
contribuyendo a su real debilitamiento y dando un paso hacia
la victoria definitiva.
No
hay fronteras en esta lucha a muerte; no podemos permanecer
indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier parte del mundo;
una victoria de cualquier país sobre el imperialismo
es una victoria nuestra, así como la derrota de una nación
cualquiera es una derrota para todos. El ejercicio del internacionalismo
proletario es no sólo un deber de los pueblos que luchan
para asegurar un futuro mejor; además, es una necesidad
insoslayable. Si el enemigo imperialista, norteamericano o cualquier
otro, desarrolla su acción contra los pueblos subdesarrollados
y los países socialistas, una lógica elemental
determina la necesidad de la alianza de los pueblos subdesarrollados
y de los países socialistas; si no hubiera ningún
otro factor de unión, el enemigo común debiera
constituirlo.
Claro
que estas uniones no se pueden hacer espontáneamente,
sin discusiones, sin que anteceda un parto, doloroso a veces.
Cada
vez que se libera un país, dijimos, es una derrota del
sistema imperialista mundial, pero debemos convenir en que el
desgajamiento no sucede por el mero hecho de proclamarse una
independencia o lograrse una victoria por las armas en una revolución;
sucede cuando el dominio económico imperialista cesa
de ejercer sobre un pueblo. Por lo tanto, a los países
socialistas les interesa como cosa vital que se produzcan efectivamente
estos desgajamientos y es nuestro deber internacional el deber
fijado por la ideología que nos dirige, el contribuir
con nuestros esfuerzos a que la liberación se haga lo
más rápida y profundamente que sea posible.
De
todo esto debe extraerse una conclusión: el. desarrollo
de los países que empiezan ahora el camino de la liberación,
debe costar a los países socialistas. Lo decimos así,
sin el menor ánimo de chantaje o de espectacularidad,
ni para la búsqueda fácil de una aproximación
mayor al conjunto de los pueblos afroasiáticos; es una
convicción profunda. No puede existir socialismo si en
las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva
actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole
individual, en la sociedad en que se construye o está
construido el socialismo, como de índole mundial en relación
a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista.
Creemos
que con este espíritu debe afrontarse la responsabilidad
de ayuda a los países dependientes y que no debe hablarse
más de desarrollar un comercio de beneficio mutuo basado
en los precios que la ley del valor y las relaciones internacionales
del intercambio desigual, producto de la ley del valor, oponen
a los países atrasados.
¿Cómo
puede significar ³beneficio mutuo², vender a precios
de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos
sin límites a los países atrasados y comprar a
precios de mercado mundial las máquinas producidas en
las grandes fábricas automatizadas del presente?
Si
establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos
de naciones, debemos convenir en que los países socialistas
son, en cierta manera, cómplices de la explotación
imperial. Se puede argüir que el monto del intercambio
con los países subdesarrollados, constituye una parte
insignificante del comercio exterior de estos países.
Es una gran verdad, pero no elimina el carácter inmoral
del cambio.
Los
países socialistas tienen el deber moral de liquidar
su complicidad tácita con los países explotadores
del occidente. El hecho de que sea hoy pequeño el comercio
no quiere decir nada: Cuba en el año 59 vendía
ocasionalmente azúcar a algún país del
bloque socialista, sobre todo a través de corredores
ingleses o de otra nacionalidad. y hoy el ochenta por ciento
de su comercio se desarrolla en esa área; todos sus abastecimientos
vitales vienen del campo socialista y de hecho ha ingresado
en ese campo. No podemos decir que este ingreso se haya producido
por el mero aumento del comercio, ni que haya aumentado el comercio
por el hecho de romper las viejas estructuras y encarar la forma
socialista de desarrollo; ambos extremos se tocan y unos y otros
se interrelacionan.
Nosotros
no empezamos la carrera que terminará en el comunismo
con todos los pasos previstos, como producto lógico de
un desarrollo ideológico que marchará con un fin
determinado; las verdades del socialismo, más las crudas
verdades del imperialismo, fueron forjando a nuestro pueblo
y enseñándole el camino que luego hemos adoptado
conscientemente. Los pueblos de África y de Asia que
vayan a su liberación definitiva deberán emprender
esa misma ruta; la emprenderán más tarde o más
temprano. Aunque su socialismo tome hoy cualquier adjetivo definitorio.
No hay otra definición del socialismo, válida
para nosotros, que la abolición de la explotación
del hombre por el hombre. Mientras esto no se produzca, se está
en el período de construcción de la sociedad socialista
y, si en vez de producirse este fenómeno, la tarea de
la supresión de la explotación se estanca o, aún,
se retrocede en ella, no es válido hablar siquiera de
construcción del socialismo.
Tenemos
que preparar las condiciones para que nuestros hermanos entren
directa y conscientemente en la ruta de la abolición
definitiva de la explotación, pero no podemos invitarlos
a entrar si nosotros somos cómplices de esa explotación.
Si nos preguntaran cuáles son los métodos para
fijar precios equitativos no podríamos contestar; no
conocemos la magnitud práctica de esa cuestión,
sólo sabemos que, después de discusiones políticas,
la Unión Soviética y Cuba han firmado acuerdos
ventajosos para nosotros, mediante los cuales llegaremos a vender
hasta cinco millones de toneladas a precios fijos superiores
a los normales en el llamado Mercado Libre Mundial Azucarero.
La República Popular China también mantiene esos
precios de compra.
Esto
es sólo un antecedente, la tarea real consiste en fijar
los precios que permiten el desarrollo. Un gran cambio de concepción
consistirá en cambiar el orden de las relaciones internacionales;
no debe ser el comercio exterior el que fije la política
sino, por el contrario, aquel debe estar subordinado a una política
fraternal hacia los pueblos.
Analizaremos
brevemente el problema de los créditos a largo plazo
para desarrollar industrias básicas. Frecuentemente nos
encontramos con que países beneficiarios se aprestan
a fundar bases industriales desproporcionadas a su capacidad
actual, cuyos productos no se consumirán en el territorio
y cuyas reservas se comprometerán en el esfuerzo. Nuestro
razonamiento es que las inversiones de los Estados socialistas
en su propio territorio pesan directamente sobre el presupuesto
estatal y no se recuperan sino a través de la utilización
de los productos en el proceso completo de su elaboración,
hasta llegar a los últimos extremos de la manufactura.
Nuestra proposición es que se piense en la posibilidad
de realizar inversiones de ese tipo en los países subdesarrollados.
De
esta manera se podría poner en movimiento una fuerza
inmensa, subyacente en nuestros continentes que han sido miserablemente
explotados pero nunca ayudados en su desarrollo y empezar una
nueva etapa de auténtica división internacional
del trabajo basada, no en la historia de lo que hasta hoy se
ha hecho, sino en la historia futura de lo que se puede hacer.
Los Estados en cuyos territorios se emplazarán nuevas
inversiones tendrían todos los derechos inherentes a
una propiedad soberana sobre los mismos sin que mediare pago
o crédito alguno, quedando obligados los poseedores a
suministrar determinadas cantidades de productos a los países
inversionistas, durante determinada cantidad de años
y a un precio determinado.
Es
digna de estudiar también la forma de financiar la parte
local de los gastos en que debe incurrir un país que
realice inversiones de este tipo. Una forma de ayuda, que no
signifique erogaciones en divisas libremente convertibles, podría
ser el suministro de productos de fácil venta a los gobiernos
de los países subdesarrollados, mediante créditos
a largo plazo.
Otro de los difíciles problemas a resolver es el de la
conquista de la técnica. Es bien conocido de todas las
carencias de técnicos que sufrimos los países
en desarrollo. Faltan instituciones y cuadros de enseñanza.
Faltan a veces, la real conciencia de nuestras necesidades y
la decisión de llevar a cabo una política de desarrollo
técnico, cultural e ideológico a la que se asigne
una primera prioridad.
Los
países socialistas deben suministrar la ayuda para formar
los organismos de educación técnica, insistir
en la importancia capital de este hecho y suministrar los cuadros
que suplan la carencia actual. Es preciso insistir más
sobre este último punto: los técnicos que vienen
a nuestros países deben ser ejemplares. Son compañeros
que deberán enfrentarse a un medio desconocido, muchas
veces hostil a la técnica, que habla una lengua distinta
y tiene hábitos totalmente diferentes. Los técnicos
que se enfrenten a la difícil tarea deben ser, ante todo,
comunistas, en el sentido más profundo y noble de la
palabra: con esa sola cualidad, más un mínimo
de organización y de flexibilidad, se harán maravillas.
Sabemos
que se puede lograr porque los países hermanos nos han
enviado cierto número de técnicos que han hecho
más por el desarrollo de nuestro país que diez
institutos y han contribuido a nuestra amistad más que
diez embajadores o cien recepciones diplomáticas.
Si se pudiera llegar a una efectiva realización de los
puntos que hemos anotado y, además, se pusiera al alcance
de los países subdesarrollados toda la tecnología
de los países adelantados, sin utilizar los métodos
actuales de patentes que cubren descubrimientos de unos u otros,
habríamos progresado mucho en nuestra tarea común.
El
imperialismo ha sido derrotado en muchas batallas parciales.
Pero es una fuerza considerable en el mundo y no se puede aspirar
a su derrota definitiva sino con el esfuerzo y el sacrificio
de todos.
Sin
embargo, el conjunto de medidas propuestas no se pueden realizar
unilateralmente. El desarrollo de los subdesarrollados debe
costar a los países socialistas; de acuerdo. Pero también
deben ponerse en tensión las fuerzas de los países
subdesarrollados y tomar firmemente la ruta de la construcción
de una sociedad nueva -póngasele el nombre que se le
ponga- donde la máquina, instrumento de trabajo, no sea
instrumento de explotación del hombre por el hombre.
Tampoco se puede pretender la confianza de los países
socialistas cuando se juega al balance entre capitalismo y socialismo
y se trata de utilizar ambas fuerzas como elementos contrapuestos
para sacar de esa competencia determinadas ventajas. Una nueva
política de absoluta seriedad debe regir las relaciones
entre los dos grupos de sociedades. Es conveniente recalcar,
una vez más, que los medios de producción deben
estar perfectamente en manos del estado, para que vayan desapareciendo
gradualmente los signos de la explotación.
Por
otra parte, no se puede abandonar el desarrollo a la improvisación
más absoluta: hay que planificar la construcción
de la nueva sociedad. La planificación es una de las
leyes del socialismo y sin ella no existiría aquel. Sin
una planificación correcta no puede existir una suficiente
garantía de que todos los sectores económicos
de cualquier país se liguen armoniosamente para dar los
saltos hacia adelante que demanda esta época que estamos
viviendo. La planificación no es un problema aislado
de cada uno de nuestros países, pequeños, distorsionados
en su desarrollo, poseedores de algunas materias primas, o productores
de algunos productos manufacturados o semimanufacturados, carentes
de la mayoría de los otros. Esta deberá tender
desde el primer momento, a cierta regionalidad para poder compenetrar
las economías de los países y llegar así
a una integración sobre la base de un autentico beneficio
mutuo.
Creemos
que el camino actual está lleno de peligros, peligros
que no son inventados ni previstos para un lejano futuro por
alguna mente superior, son el resultado palpable de realidades
que nos azotan. La lucha contra el colonialismo ha alcanzado
sus etapas finales pero, en la era actual, el estatus colonial
no es sino una consecuencia de la dominación imperialista.
Mientras el imperialismo exista, por definición, ejercerá
su dominación sobre otros países; esa dominación
se llama hoy neocolonialismo.
El
neocolonialismo se desarrolló primero en Sudamérica,
en todo un continente, y hoy empieza a hacerse notar, con intensidad
creciente en África y Asia. Su forma de penetración
y desarrollo tiene características distintas; una es
la brutal que conocimos en el Congo. La fuerza bruta, sin consideraciones
ni tapujos de ninguna especie, es su arma extrema. Hay otra
más sutil; la penetración en los países
que se liberan políticamente, la ligazón con las
nacientes burguesías autóctonas, el desarrollo
de una clase burguesa parasitaria y en estrecha alianza con
los intereses metropolitanos apoyados en un cierto bienestar
o desarrollo transitorio del nivel de vida de los pueblos, debido
a que, en países muy atrasados, el paso simple de las
relaciones feudales a las relaciones capitalistas significa
un avance grande. Independientemente de las consecuencias nefastas
que acarrean a la carga para los trabajadores.
El neocolonialismo ha mostrado sus garras en el Congo; ese no
es un signo de poder, sino de debilidad; ha debido recurrir
a su arma extrema, la fuerza como argumento económico.
Lo que engendra reacciones opuestas de gran intensidad. Pero
también se ejerce en otras series de países del
África y del Asia en forma mucho más sutil y se
está rápidamente creando lo que algunos han llamado
la sudamericanización de estos continentes, es decir,
el desarrollo de una burguesía parasitaria que no agrega
nada a la riqueza nacional que, incluso, deposita fuera del
país, en los bancos capitalistas, sus ingentes ganancias
mal habidas y que pacta con el extranjero para obtener mas beneficios.
Con un desprecio absoluto por el bienestar de su pueblo.
Hay
otros peligros también, como el de la concurrencia entre
países hermanos, amigos políticamente y, a veces
vecinos que están tratando de desarrollar las mismas
inversiones en el mismo tiempo y para mercados que muchas veces
no lo admiten. Esta concurrencia tiene el defecto de gastar
energías que podrían utilizarse de forma de una
complementación económica mucho más vasta,
además de permitir el juego de los monopolios imperialistas.
En ocasiones, frente a la imposibilidad real de realizar determinada
inversión con la ayuda del campo socialista, se realiza
esta mediante acuerdos con los capitalistas. Y esas inversiones
capitalistas tienen no solo el defecto de la forma en que se
realizan los préstamos, sino también otros complementarios
de mucha importancia, como es el establecimiento de sociedades
mixtas con un peligroso vecino. Como, en general, las inversiones
son paralelas a los de otros estados, esto propende a las divisiones
entre países amigos por diferencias económicas
e instaura el peligro de la corrupción emanada de la
presencia constante del capitalismo, hábil en la presentación
de imágenes de desarrollo y bienestar que nublan el entendimiento
de mucha gente.
Tiempo
después, la caída de los precios en los mercados
es la consecuencia de una saturación de producciones
similares. Los países afectados se ven en la obligación
de pedir nuevos préstamos o permitir inversiones complementarias
para la concurrencia. La caída de la economía
en manos de los monopolios y un retorno lento pero seguro al
pasado es la consecuencia final de una tal política.
A nuestro entender, la única forma segura de realizar
inversiones con la participación directa del estado como
comprador íntegro de los bienes. Limitando la acción
imperialista a los contratos de suministros y no dejándolos
entrar más allá de la puerta de calle de nuestra
casa. Y aquí si es lícito aprovechar las contradicciones
ínter imperialistas para conseguir condiciones onerosas.
Hay
que prestar atención a las «desinteresadas»
ayudas económicas, culturales, etc., que el imperialismo
otorga de por sí a través de estados títeres
mejor recibidos en ciertas partes del mundo.
Si
todos los peligros apuntados no se ven a tiempo, el camino neocolonial
puede inaugurarse en países que han empezado con fe y
entusiasmo su tarea de liberación nacional, estableciéndose
la dominación de los monopolios con sutileza, en una
graduación tal que es muy difícil percibir sus
efectos hasta que estos se hacen sentir brutalmente.
Hay
toda una tarea por realizar, problemas inmensos se plantean
a nuestros dos mundos, el de los países socialistas y
este llamado el tercer mundo, problemas que están directamente
relacionados con el hombre y su bienestar y con la lucha contra
el principal culpable de nuestro atraso. Frente a ellos, todos
los países y los pueblos, conscientes de sus deberes,
de los peligros que entraña la situación, de los
sacrificios que entraña el desarrollo, debemos tomar
medidas concretas para que nuestra amistad se ligue en los dos
planos, el económico y el político, que nunca
pueden marchar separados, y formar un gran bloque compacto que
a su vez ayude a nuevos países a liberarse no solo del
poder político sino también del poder económico
imperialista.
El
aspecto de la liberación por las armas de un poder político
opresor debe tratarse según las reglas del internacionalismo
proletario: si constituye un absurdo el pensar que un director
de empresa de un país socialista en guerra vaya a dudar
en enviar los tanques que produce a un frente donde no haya
garantía de pago, no menos absurdo debe parecer el que
se averigüe la posibilidad de pago de un pueblo que lucha
por la liberación o necesite esas armas para defender
su libertad. Las armas no pueden ser mercancía en nuestros
mundos, deben entregarse sin costo alguno y en las cantidades
necesarias y posibles a los pueblos que las demanden para disparar
contra el enemigo común. Ese es el espíritu con
que la URSS y la Republica Popular de China nos han brindado
su ayuda militar. Somos socialistas, constituimos una garantía
de utilización de esas armas, pero no somos los únicos
y todos debemos tener el mismo tratamiento.
Al
ominoso ataque del imperialismo norteamericano contra Vietnam
o el Congo debe responderse suministrando a esos países
hermanos todos los instrumentos de defensa que necesiten y dándoles
toda nuestra solidaridad sin condición alguna.
En
el aspecto económico, necesitamos vencer el camino del
desarrollo con la técnica más avanzada posible.
No podemos ponernos a seguir la larga escala ascendente de la
humanidad desde el feudalismo hasta la era atómica y
automática, 'porque sería un camino de ingentes
sacrificios y parcialmente inútil. La técnica
hay que tomarla donde esté, hay que dar el gran salto
técnico para ir disminuyendo la diferencia que hoy existe
entre los países más desarrollados y nosotros.
Esta debe estar en las grandes fábricas y también
en una agricultura convenientemente desarrollada y, sobre todo,
debe tener sus pilares en una cultura técnica e ideológica
con la suficiente fuerza y base de masas como para permitir
la nutrición continua de los institutos y los aparatos
de investigación que hay que crear en cada país,
y de los hombres que vayan ejerciendo la técnica actual
y que sean capaces de adaptarse a las nuevas técnicas
adquiridas.
Estos
cuadros deben tener una clara conciencia de su deber para con
la sociedad en la cual viven; no podrá haber una cultura
técnica adecuada si no está complementada con
una cultura ideológica. Y, en la mayoría de nuestros
países, no podrá haber una base suficiente de
desarrollo industrial, que es el que determina el desarrollo
de la sociedad moderna, si no se empieza por asegurar al pueblo
la comida necesaria, los bienes de consumos más imprescindibles
y una educación adecuada.
Hay
que gastar una buena parte del ingreso nacional en las inversiones
llamadas improductivas de la educación y hay que dar
una atención preferente al desarrollo de la productividad
agrícola. Esta ha alcanzado niveles realmente increíbles
en muchos países capitalistas, provocando el contrasentido
de crisis de superproducción, de invasión de granos
y otros productos alimenticios o de materias primas industriales
provenientes de países desarrollados, cuando hay todo
un mundo que padece hambre y que tiene tierra y hombres suficientes
para producir varias veces lo que el mundo entero necesita para
nutrirse.
La agricultura debe ser considerada como un pilar fundamental
en el desarrollo y, para ello, los cambios de la estructura
agrícola y la adaptación a las nuevas posibilidades
de la técnica y a las nuevas obligaciones de la eliminación
de la explotación del hombre, deben constituir aspectos
fundamentales del trabajo.
Antes
de tomar determinaciones costosas que pudieran ocasionar daños
irreparables, es preciso hacer una prospección cuidadosa
del territorio nacional, constituyendo este aspecto uno de los
pasos preliminares de la investigación económica
y exigencia elemental en una correcta planificación.
Apoyamos
calurosamente la proposición de Argelia en el sentido
de institucionalizar nuestras relaciones. Queremos, solamente
presentar algunas consideraciones complementarias:
Primero: Para que la unión sea instrumento de la lucha
contra el imperialismo, es preciso el concurso de los pueblos
latinoamericanos y la alianza de los países socialistas.
Segundo:
Debe velarse por el carácter revolucionario de la unión,
impidiendo el acceso a ella de gobiernos o movimientos que no
estén identificados con las aspiraciones generales de
los pueblos y creando mecanismos que permitan la separación
de alguno que se separa de la ruta justa, sea gobierno o movimiento
popular.
Tercero:
Debe propugnarse el establecimiento de nuevas relaciones en
pie de igualdad entre nuestros países y los capitalistas,
estableciendo una jurisprudencia revolucionaria que nos ampare
en caso de conflicto y dé nuevo contenido a las relaciones
entre nosotros y el resto del mundo.
Hablamos
un lenguaje revolucionario y luchamos honestamente por el triunfo
de esa causa, pero muchas veces nos enredamos nosotros mismos
en las mallas de un derecho internacional creado como resultado
de los confrontamientos de las potencias imperialistas y no
por la lucha de los pueblos libres, de los pueblos justos.
Nuestros pueblos, por ejemplo, sufren la presión angustiosa
de bases extranjeras emplazadas en su territorio o deben llevar
el pesado fardo de deudas externas de increíble magnitud.
La historia de estas tareas es bien conocida de todos; gobiernos
títeres, gobiernos debilitados por una larga lucha de
liberación o el desarrollo de las leyes capitalistas
del mercado, han permitido la firma de acuerdos que amenazan
nuestra estabilidad interna y comprometen nuestro porvenir.
Es
la hora de sacudirnos el yugo, imponer la renegociación
de las deudas externas opresivas y obligar a los imperialistas
a abandonar sus bases de agresión.
No
quisiera acabar estas palabras, esta repetición de conceptos
de todos ustedes conocidos, sin hacer un llamado de atención
a este Seminario en el sentido de que Cuba no es el único
país americano; simplemente, es el que tiene la oportunidad
de hablar hoy ante ustedes; que otros pueblos están derramando
su sangre para lograr el derecho que nosotros tenemos y, desde
aquí, y de todas las conferencias y en todos los lugares
donde se produzcan simultáneamente con el saludo a los
pueblos heroicos de Vietnam, de Laos, de la Guinea llamada Portuguesa,
de Sur África o Palestina, a todos los países
explotados que luchan por su emancipación debemos extender
nuestra voz amiga, nuestra mano y nuestro aliento, a los pueblos
hermanos de Venezuela, de Guatemala y de Colombia, que hoy,
con las manos armadas, están diciendo definitivamente,
no al enemigo imperialista.
Y
hay pocos escenarios para afirmarlo, tan simbólicos como
Argel, una de las más heroicas capitales de la libertad.
Que el magnífico pueblo argelino, entrenado como pocos
en los sufrimientos de la independencia, bajo la decidida dirección
de su Partido, con nuestro querido compañero Ahmed Ben
Bella a la cabeza, nos sirva de inspiración en esta lucha
sin cuartel contra el imperialismo mundial.
Fuente:
Centro de Estudios Che Guevara.
Caracteres:
26.592