ARTURO
JAURETCHE
Producción
de Latitud Periódico
2
de junio del 2015
En
1975 se conocieron estos escritos sobre la Avenida de Mayo.
Estos pensamientos permanecieron inéditos hasta junio
de 1975, cuando por vez primera fueron publicadas póstumamente
en la revista “Crisis” Nº 26.
En
la misma, Jauretche muestra su característica mordacidad
y agudo conocimiento de la idiosincrasia porteña, Jauretche
retrata una época de esplendor de una de las avenidas
más bellas de Buenos Aires, años que lo encuentran
en una militancia dura por el esclarecimiento y la liberación
del ser nacional.
La avenida de Mayo, por Arturo Jauretche
Todavía,
cuando llegué a Buenos Aires y muchos años después,
la Avenida de Mayo era el centro de la ciudad, con su uniforme
edificación de estilo francés fin de siglo que
vino a ser alterada recién por el pasaje Barolo en el
que el arquitecto Palante quiso tal vez hacer catalana una parte
de la calle de los españoles. Pero esto lo veremos después,
porque la Avenida de Mayo fue en primer término la calle
de la política popular; por ella las multitudes habían
arrastrado el coche de Yrigoyen en el trayecto del Congreso
a la Casa de Gobierno en 1916 y en ella se celebraban casi todos
los grandes mitines partidarios. Era además la calle
de los diarios: La Prensa, El Diario, La Razón, La época
y más tarde Crítica, con sus pizarras y los tumultos
ocasionados por sus noticias de la guerra y los escrutinios.
La calle donde la gente se aglomeraba ante las noticias sensacionales.
Allí estaba la sirena de La Prensa. ¡La sirena
deLa Prensa! Cuando ella sonaba –lo hacía con poca
frecuencia- la ciudad se conmovía porque acababa de ocurrir
algún acontecimiento dramático. Aún de
noche la ciudad se echaba a la calle. Imposible no oírla
en el silencio de entonces. Es posible que hoy la sirena se
oiga sólo como un zumbido y a pocas cuadras, apagada
por el rumor urbano, aún en la alta noche. Lo que sé
es que hace muchos años que no la oigo, pero su último
recuerdo es de 1939. ¡Pero qué recuerdo! Serían
las dos de la mañana cuando me desperté y me senté
en el borde de la cama y con mi mujer nos pusimos a llorar.
Era inevitable lo que se había esperado minuto por minuto:
la guerra mundial. Yo no tengo fácil el llanto, pero
la certidumbre que la sirena anunciaba desbordó todas
mis defensas y me sacó hacia afuera de mí mismo
como salía de la máquina el zumbido aterrador
cuyo mensaje sobrevolaba la ciudad despertándola angustiada.
Como dije al principio la Avenida de Mayo era esencialmente
la calle de la política y sobre todo de los radicales;
en sus numerosos hoteles –porque entonces también
era la calle de la hotelería- se alojaban los políticos
postulantes de provincias como si quisieran acortar y hacer
más directo el trayecto hacia la Casa de Gobierno, donde
estaba don Hipólito, ahí a pocas cuadras derecho
por ella. La Fronda “conserva”, insistía
constantemente buscando analogías entre el radicalismo
y el islamismo y así decía: “bajo los toldos
musulmanes de la Avenida de Mayo acampa la multitud de creyentes
que viene a pedirle al “Profeta” sus milagros”.
Había
un hotel sobre todo que era un verdadero bastión radical:
el España en cuyo salón comedor, en el bar, y
en las mesas de las veredas se oían todas las tonadas
de las provincias argentinas aunque predominaban los hombres
de la de Buenos Aires. La excepción de la Avenida era
un hotel, el París, en Salta y Avenida de Mayo, que era
de los conservadores. Allí alcancé a ver a través
de las vidrieras a algunas primeras figuras de la época
y entre ellas –tal vez lo recuerde por lo pintoresco-
al famoso Payo Roqué, que me mostraban como una curiosidad
con su particular atuendo.
Por
la Avenida de Mayo desfilaron las grandes manifestaciones radicales,
ordenadas circunscripción por circunscripción.
Iniciaba la marcha la Primera generalmente con un grupo bastante
numeroso de gente de boina blanca a caballo, la mayoría
de Mataderos, con Juan Bidegain a la cabeza. Después
de la Primera, con sus escuadras a pie separada por un amplio
espacio y encabezada como todas las secciones por profusión
de banderas –la Argentina desde luego, la del Parque –verde,
rosa y blanca-, la albirroja del 93 y retratos de Alem e Yrigoyen
y numerosos estandartes correspondientes a las distintas agrupaciones
de cada circunscripción, iban sucediéndose éstas
hasta la veinte. El desfile se realizaba por Avenida de Mayo
hasta Perú por donde tomaba siguiendo Florida hasta la
Plaza San Martín. Era el mismo recorrido de los desfiles
militares de la época, pero éste mucho más
ruidoso de vivas, y también de mueras que se convertía
en una silbatina sostenida cuando la columna llegaba a Perú
donde dejaba la Avenida. La silbatina era para La Prensa y repetida
en todas las ocasiones.
Muchos
años después rememorar esto me resultó
muy aleccionador, cuando el gobierno de Perón expropió
La Prensa, viendo cómo los radicales se afligían
por lo que ellos hubieran querido hacer y no hicieron. Reflexión
parecida me causó la cólera de los radicales por
el incendio del Jockey Club, proyecto que en su corazoncito
alimentaban siempre los participantes en aquellas manifestaciones.
Nunca llegaron a eso, pero había un acto que se reiteraba
en cada uno de los desfiles como de ritual: cuando la sexta
sección encabezada por D. Pedro Bidegain llegaba a la
esquina de Lavalle y Florida se detenía dando tiempo
para que la quinta –la quinta de hierro decían
entonces a cuyo frente iban Joaquín Costa y el librero
Pellerano- se adelantase dejando un espacio libre entre las
dos secciones. Entonces un afiliado de la sexta, loco conocido
del barrio de Boedo, ocupaba el centro de la calle frente a
la puerta del Jockey y allí bailaba “la danza del
odio”, o lo que él entendía por tal según
gesticulaba, se retorcía y movía los brazos y
piernas amenazadoramente, contemplado por un grupo de socios
desde el balcón que cubría la entrada. Al término
del baile, que los socios seguros de su invulnerabilidad aplaudían
entre risas, la sexta circunscripción reanudaba su marcha,
pero como en la esquina cercana a La Prensa, con una uniforme
música de silbidos.
Sin
embargo a pesar de esta connotación política la
Avenida de Mayo ya era la calle de los españoles. Mi
paladar de adolescente guarda el regusto del chocolate con vainillas,
tostadas y churros y el nombre famoso de La Armonía,
que con La Castellana, también de la Avenida de Mayo
y el Seminario de Cangallo y Pellegrini perfuman de cacao mis
recuerdos de esa época. Pero tampoco son extraños
a éstos el puchero famoso del hotel España y su
carne con cuero, una vez por semana, como ciertas natillas a
la catalana, que prestigiaron sus mesas hasta que cerró.
Ricardo
Llanes en su historia de la Avenida de Mayo nos explica las
razones porqué ésta fue siendo cada vez más
la calle de los españoles y desalojando a provincianos
y radicales del primer plano. Entre estas razones cuenta la
cercanía con las viejas casonas del barrio sur, Victoria,
Moreno, Alsina, Belgrano y las transversales, donde se había
radicado el comercio mayorista y de registro en su mayor parte
español. No descarto que el género chico, la zarzuela,
el cuplé, de los teatros Lima y Avenida hayan influido
aunque lo lógico es suponer lo inverso. Lo cierto es
que después de 1930 la españolización de
la Avenida de Mayo había primado sobre su carácter
político o provinciano. Para la guerra civil de España
fue el escenario de encuentro de los bandos peninsulares y es
por demás conocida la historia de los combates entre
los habitués de la confitería del hotel Español
–rebeldes- y los del café Mundial –leales-
que ubicados en las dos esquinas del sur de la calle se embestían
de palabra para terminar dando sucesivas cargas, sino a la bayoneta,
con mesas, sillas y puños. Hubo que tender un cordón
policial entre los dos bandos.
De
este café Mundial tengo una anécdota pero no es
de la guerra española. Es de un amigo con quien militábamos
juntos en la misma tendencia radical hasta la fundación
de FORJA. Es un radical típicamente apegado a formas
que fueron un estilo en la vida del partido. Su ademán
es reposado y es espacioso al hablar con tono de firme convicción.
Delgado, alto y de abundante cabellera –se entiende para
un hombre de su época y no de los de ahora- viste elegantemente
también con una elegancia de época: traje oscuro,
cuello palomita, corbata plastrón. Una noche el comisario
de la sección se llevaba detenido a dos parroquianos,
seguramente radicales y conocidos o amigos del recordado. Mi
amigo se dirigió en su tono habitual al comisario para
protestar por las detenciones y como no tuviera éxito
tuvo una salida muy de las suyas.
-Usted
los lleva por radicales. ¡Lléveme a mí también!
El comisario le contestó:
-Hoy no llevo más que radicales. Mañana llevo
a los boludos. Venga mañana. Si este cuento tiene una
moraleja es la siguiente: mi amigo era de esa época.
El comisario de todas.
Fuente: Recopilación de Gabriel Turone.
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