ROBERTO ARLT
ESCRITOR PERIODISTA...
Por Elena Luz González Bazán especial de Latitud Periódico
4
de octubre del 2016
Roberto
Emilio Godofredo Arlt1, nace en Buenos Aires el 26 de abril
de 1900 y fallece 42 años más tarde, en Buenos
Aires el 26 de julio de 1942.
Además
fue novelista, cuentista, dramaturgo e inventor argentino, dicen
sus biógrafos.
Acá
entregamos una conmovedora crónica sobre el fusilamiento
de SEVERINO DI GIOVANNI, a manos de la dictadura de Uriburu
- Justo, corrían los ´30... HE VISTO MORIR...
El
escritor era, además, periodista, como tal asiste al
fusilamiento de Severino Di Giovanni, en representación
del Diario El Mundo. En su columna histórica "Aguafuertes
Porteñas" lo retrata en un texto tremendo, impresionante...
HE VISTO MORIR
"Las
5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco
menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres
que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía.
Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados.
Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La
letanía
Espacio
de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como
silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres.
Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo.
Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"de acuerdo a las disposiciones... por violación
del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una
cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos
ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo
de cabezas.
Es
Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída
hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente
rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto
de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas
azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas.
Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un
pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en
temperatura. Paladea la muerte.
"artículo número...ley de estado de sitio...
superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal...
de guerra, tropa y suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro
la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene
sereno.
"Estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo
Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése
copia... fija número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con
atención, parece que analizara las cláusulas de
un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas.
Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los
términos con que está redactada la sentencia.
"Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado...
firmado, secretario..."
Habla
el Reo
-Quisiera
pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una
barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa
la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores
se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien
sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda
y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las
manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que
cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza
una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten
no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a
izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusileros. El suboficial
quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira
tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no,
es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que
se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero,
retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar.
Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas
de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las
balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor
subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada
lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo
cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando
las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto
Las
balas han escrito la última palabra en el cuerpo del
reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos.
Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches
del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa.
Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha
venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en
la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una
mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados
que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez
de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón,
de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como
borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la
entrada de la penitenciaría debería ponerse un
cartel que rezara:
-Está
prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile".
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